La Vanguardia

Los ladrones de cartas

- Llucia Ramis

Nueva York ha cambiado sus buzones para impedir el robo de cartas. Es uno de esos detalles que llaman la atención en las películas: los protagonis­tas siempre encuentran sitio para aparcar justo delante de la puerta, nunca cierran el coche, y los buzones tienen una tapa y no una rendija. Ah, sí, y cuando toman café o se comen un perrito caliente en la calle, le dan sólo un sorbo o un mordisco, y tiran el resto.

Eso de robar cartas suena raro. Por lo visto, los operarios advertían con carteles que nadie enviara cheques que no fueran nominales. A quién se le ocurriría, piensas. El mail fishing se llama así porque los ladrones realmente pescan talones al portador, tarjetas de regalo, incluso dinero en efectivo. Atan, al extremo de un hilo, una botella o una trampa para ratones, recubierta­s de cola. También roban identidade­s para cometer fraudes bancarios, dice la noticia de Francesc Peirón. Esto último puede hacerse asimismo rebuscando facturas entre la basura. Nuestros datos están en todas partes. Y permanecen mucho tiempo.

Desde que vine a Barcelona, he vivido en once pisos distintos. A cada uno de ellos, seguía llegando la correspond­encia

Cambié la cerradura; el buzón de una persona da mucha más informació­n que su dirección

de los anteriores inquilinos (en alguno, hasta de cinco). No eran cartas –ya nadie escribe cartas–, sino publicidad en la mayoría de los casos, y avisos del seguro o del banco. Como no sabía a quién redirigir esos sobres, y abrirlos es delito, iba guardándol­os, cerrados, en un cajón, preguntánd­ome si eso también está penado; a fin de cuentas, me estaba apoderando de correspond­encia ajena.

Por curiosidad, y no porque quisiera localizarl­os, busqué en Google a los destinatar­ios que en algún momento de sus vidas se habían movido entre las mismas paredes que yo, convertido­s ahora en una suerte de fantasmas. Descubrí algunas cosas inquietant­es. Cambié la cerradura. El buzón de una persona da mucha más informació­n que su dirección. Si siempre está lleno, probableme­nte significa que no hay nadie en casa. Por eso no entiendo que se repartan las Páginas Amarillas en verano: cualquiera puede deducir quién está de vacaciones por el número de días que la guía pasa frente a su puerta.

De adolescent­e, quedaba con mis amigos en el buzón desde el que nos enviábamos cartas. Vivíamos en el mismo barrio, nos veíamos casi a diario, pero nos escribíamo­s igual. No existía el correo electrónic­o ni el WhatsApp. Ahora no sabría indicar dónde hay ni un solo buzón, en la ciudad. Si tengo que enviar algo, voy directamen­te a Correos. Tuve un amigo que trabajaba allí, y me contó que existe un lugar al que van a parar las cartas extraviada­s. Según él, se llama Enajenació­n Sagrera. Una de las acepciones de la palabra enajenació­n es: “Pérdida transitori­a de la razón o los sentidos”. Cambiemos sentidos por cartas. Y sigue: “Especialme­nte a causa de un sentimient­o intenso de miedo, enfado o dolor”.

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