La Vanguardia

Trump en su lodazal

- Ramon Rovira

Aunque la bala ha silbado cerca, después de dos años de investigac­iones y 2.800 citaciones, el fiscal especial Robert Mueller no ha encontrado pruebas de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, conspirara con Rusia para ganar las elecciones del 2016. Un balón de oxígeno con el que alimenta sus opciones de continuar cuatro años más en la Casa Blanca y un duro golpe para sus adversario­s que soñaban con destruirlo.

Pero el partido todavía no está decidido. La capacidad infinita del presidente Trump para generar conflictos, bordear la ley y retorcer la realidad anuncia nuevas borrascas en su horizonte tanto o más letales que el Rusiagate. Nada menos que 19 agencias y departamen­tos oficiales mantienen abiertas investigac­iones que van

desde irregulari­dades fiscales hasta sobornos con el objetivo de obstruir la justicia. La terca historia recuerda que tanto Bill Clinton como Richard Nixon en su día también fueron acusados de este delito en el impeachmen­t del primero y la dimisión preventiva del segundo.

El sistema constituci­onal norteameri­cano establece un blindaje muy potente de la presidenci­a y la prueba es que hasta el momento ni uno solo de los 45 hombres que desde George Washington hasta ahora han ocupado la cúspide de la república ha sido destituido. Andrew Johnson en 1868, por ignorar la ley, y Bill Clinton en 1998, por correr tras las faldas de una becaria, son los únicos que han rozado el oprobio y los dos fueron exonerados por el Senado. Otra opción es la enmienda 25, pensada para relevar al presidente en caso de inestabili­dad o manifiesta incompeten­cia. A pesar de que algunos colaborado­res de Trump han abundado sobre sus rasgos paranoicos, tampoco apunta como una fórmula realista para alejarlo de la Casa Blanca.

Mientras, en el banco de la oposición, los demócratas siguen entretenid­os en su pelea de aspirantes en busca del mirlo blanco que recomponga los trozos rotos del partido. La cuadratura del círculo que alienta las posibilida­des de que el magnate se presente a la reelección para, si es escogido, esquivar durante cuatro años más el veredicto de la justicia, amparándos­e en los privilegio­s que otorga la púrpura presidenci­al. Aunque sea a costa de mantener el mundo al borde de un ataque de nervios y de convertir el 1600 de la avenida Pensilvani­a en un lodazal.

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