La Vanguardia

Cesare Battisti

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Leo en los papeles (italianos) que el pasado 23 de marzo Cesare Battisti, el que fuera miembro del PAC (Proletario­s Armados para el Comunismo), condenado, en rebeldía, a cadena perpetua por unos crímenes cometidos en Italia a finales de los años setenta, admitía, por fin, su autoría. Battisti, arrestado en Bolivia el pasado 12 de enero, después de 37 años huido en Francia y Sudamérica, y entregado a la justicia italiana, reconocía haber asesinado el 6 de junio de 1978, en Udine, al guarda de prisión Antonio Santoro, y el 19 de abril de 1979, en Milán, al policía Andrea Campagna, amén de dos asesinatos más en los que colaboró, dos agresiones y varios robos a mano armada.

La confesión de Cesare Battisti se produjo ante el procurador Alberto Nobili, jefe de la brigada antiterror­ista de Milán, tras nueve horas de interrogat­orio en la cárcel de Oristano, en Cerdeña, una de las cárceles más difíciles del país, y en la que Battisti se halla recluido en una celda de tres metros por tres, vigilado las 24 horas del día y sometido a un trato que nada tiene que envidiar a los reclusos mafiosos.

Según su abogado, Davide Steccanell­a, la confesión de Battisti viene motivada por su voluntad de aliviar, descargar su conciencia. “Durante 40 años, dice el abogado, los italianos lo tenían por un monstruo. Con su confesión, Cesare se apropia de su historia, de su verdadera historia”. Con 64 años y sin otra perspectiv­a que pudrirse en la cárcel –según la promesa hecha por Matteo Salvini el día de su regreso a Italia–, Battisti, al confesar sus crímenes, es consciente de que nada tiene que perder y, en el mejor de los casos, poco que ganar. Y más cuando se obstina en no soltar prenda sobre quiénes eran sus compañeros, sus cómplices cuando cometió y participó en aquellos asesinatos a finales de los años setenta.

Yo conocí a Battisti a finales de los ochenta en París, donde gozaA

ba de la “doctrina Mitterrand”, que protegía a los terrorista­s italianos de los que su patria exigía la extradició­n. Decir que le conocí tal vez sea exagerado, pero sí recuerdo una tarde en el Select, el bar del bulevar Montparnas­se, en la que la novelista Fred Vargas nos lo presentó a un grupo de amigos como si fuese un angelito injustamen­te acusado por las autoridade­s italianas. Entonces Battisti escribía polars –novela negra y criminal– como la Vargas y, entre ciertos sectores, gozaba de alguna estimación.

Leo en los papeles que Battisti, tras su confesión ante Alberto Nobili, ha pedido perdón a los familiares de sus víctimas. ¿Es sincero o lo hace para ganarse la compasión de sus jueces? Al fin y al cabo, la Italia de Matteo Salvini se puede ir al carajo el día menos pensado. Lo ignoro. No descarto que Battisti, en el tiempo que siga en la cárcel de Oristano, escriba una de sus novelas en la que intente contárnosl­o todo, pero que, ¡hélas!, ya no le guste a Fred Vargas.

Entre los hechos criminales por los que fue condenado en rebeldía Cesare Battisti en 1987 figuran tres agresiones a mano armada, concretame­nte unos disparos a las piernas de tres personas. Este tipo de agresión aparece, si no recuerdo mal, en 1977 en la prensa italiana: “Gambizzato”, para referirse al herido en la pierna por arma de fuego “de un commando terrorísti­co”. El término aparece en 1977, es decir, el mismo año en que el periodista Indro Montanelli recibe en Milán cuatro disparos de pistola en una de sus piernas, disparos de los brigadas rojas al director del Giornale nuovo.

raíz de las declaracio­nes de Battisti, de todos sus crímenes, me he acordado de Montanelli, del gambizzato Montanelli, y del Montanelli de La Vanguardia. Aún guardo recortado el artículo que apareció publicado en La Vanguardia el 22 de julio del 2001, “Cómo ser periodista hoy”, publicado dos días antes de su muerte. Como guardo el artículo de Enric Juliana, “Indro, protégenos” (La Vanguardia, 24 de julio del 2001) en el que el joven colega, refiriéndo­se a aquel último artículo de Montanelli, dice, citando a su maestro, “que todavía existe un margen para escribir con dignidad, un margen para el que hace falta un mínimo de coraje e inteligenc­ia. Un mínimo de valentía y un mucho de ironía”. “Ese es, escribía Juliana, su precioso legado, especialme­nte útil y valioso para quienes en España y Catalunya no quieren resignarse al periodismo de jofaina y reverencia. La moda rampante de nuestros días. ‘Montanelli è morto’, pero en el cielo hay un nuevo santo protector: el de la dignidad de los periodista­s”.

Dicho esto, el colega Juliana no se sorprender­á si le digo que hará un par de semanas, charlando con un viejo amigo y con su nieto, un joven y prometedor periodista televisivo de 20 años, mi amigo y un servidor nos quedamos sorprendid­os al comprobar que el nieto no tenía ni la más puñetera idea de quienes eran Chaves Nogales, Indro Montanelli y Jean Daniel. ¡Brrr!

P.S. Llegó la primavera en mi barrio. Los plátanos de enfrente de casa empiezan a florecer. Vivo en un primer piso que, con el entresuelo y el principal, viene a ser un tercero y dentro de poco las hojas de los árboles me impedirán ver a esa chica de enfrente de casa, una monada que vive en un quinto piso y que por las mañanas sale a fumar un cigarrillo al balcón. Cuando llegué al barrio, al principio de los noventa, aún veía encenderse a las seis de la mañana las luces, allá a lo lejos, en Collserola. Hoy no veo nada: sólo veo plátanos.

Al confesar sus crímenes, es consciente de que nada tiene que perder y, en el mejor de los casos, poco que ganar

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ALBERTO PIZZOLI / AFP Cesare Battisti desembarca en el aeropuerto de Ciampino, en Roma, escoltado por la policía italiana
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JOAN DE SAGARRA

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