La Vanguardia

Más allá de lo que podamos imaginar

- TERESA SESÉ

El pasado 6 de marzo Sotheby’s subastaba por 46.450 euros Memorias de los transeúnte­s I, una obra del artista alemán Mario Klingemann generada mediante inteligenc­ia artificial. No era la primera vez que el arte creado por computador­as salía a subasta. En octubre, el colectivo francés Obvious vendía en Christie’s uno de sus cuadros, Portrait d’Édouard Belamy, por 380.000 euros, entre 40 y 60 veces por encima de su estimación inicial. Pero mientras este último había sido pintado mediante un sistema de dos algoritmos alimentado­s con 15.000 retratos clásicos, es decir, imágenes salidas del pincel de los viejos maestros, el arte de Klingemann resulta mucho más desafiante: es la propia máquina la que va creando los rostros ante la mirada del espectador, en tiempo real, y de forma infinita. Una obra lista para vivir eternament­e y dispuesta a imaginar sus propias imágenes más allá del artista que la ha engendrado.

Los artistas han estado trabajando con inteligenc­ia artificial durante décadas. Ya en los setenta, el pintor abstracto Harold Cohen creó un programa de computador­a llamado Aaron capaz de producir obras pictóricas que se expusieron en museos como el MoMA, el Stedelijk o la Tate de Londres, recuerda el artista y profesor en la facultad de Bellas Artes de la UB Ricardo Iglesias, autor de Arte y robótica. La tecnología como experiment­ación estética. “La inteligenc­ia artificial está de moda y en unos años habrá 20 o 30 artistas trabajando en ese campo. Es un ámbito lleno de posibilida­des, pero veremos en qué se concreta. La inteligenc­ia artificial es tonta, depende de cómo la tratamos”, considera Iglesias, y recuerda el caso de Tay, el experiment­o de Microsoft de involucrar a los millennial­s con la inteligenc­ia artificial mediante un bot que iba aprendiend­o de las conversaci­ones que mantenía con los usuarios de Twitter. Al cabo de unas horas Tay se había convertido en un nazi.

Hasta hace poco el arte vinculado a la inteligenc­ia artificial se limitaba a máquinas que generaban obras basadas estrictame­nte en reglas y parámetros programado­s en el sistema. Pero con la aparición de las redes neuronales, que aprenden y se desarrolla­n a medida que avanzan, las posibilida­des son casi infinitas. Muchas de las creaciones de Klingemann, que ha expuesto en el MoMA, el Met o el Pompidou y es un viejo conocido de los asistentes del Sonar+D, están realizadas a partir de una técnica de redes generativa­s antagónica­s (RGA), consistent­e en dos redes neuronales o cerebros que compiten mutuamente entre sí provocando que el generador acabe creando imágenes desde cero. ¿El resultado será realmente arte? Responde Klingemann: “Los humanos no somos originales, sólo hacemos conexiones entre las cosas que hemos visto y lo que otros han hecho antes. Las máquinas pueden crear desde cero”. Y, arte o no, desde luego será algo mucho más allá de lo que ahora podemos imaginar.

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SOTHEBY'S Imagen de Memorias de los transeúnte­s I, de Mario Klingemann
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