La Vanguardia

El incierto pero radical futuro de la cinética

- ASTRID MESEGUER

No sabemos hasta qué punto la inteligenc­ia artificial (IA) controlará la manera de hacer y ver películas en un futuro, pero lo cierto es que el cine ha demostrado un gran interés en historias que han abordado esta temática en el género de la ciencia ficción.

Desde la pionera Metrópolis (1927), de Fritz Lang, pasando por

2001: Una odisea del espacio (1968); Blade Runner (1982), la saga Matrix o las más recientes Her (2013) o

Ex machina (2015), han tomado como punto de referencia la IA con un mensaje que invita a la reflexión. Pero ¿cómo se vive esta tecnología revolucion­aria dentro de la propia industria cinematogr­áfica?

De momento, se puede decir que está asomando con relativa cautela en la creación y edición de películas, aunque en los últimos años hemos sido testigos de avances realmente significat­ivos. En el 2016, el superorden­ador de IBM Watson, especializ­ado en análisis e interpreta­ción de datos, ayudó en la edición del tráiler de Morgan. Los nueve minutos que dura el cortometra­je Sunspring (2016), de Oscar Sharp, fueron escritos por un guionista automático: Benjamin. Y la película de terror canadiense Impossible things (2017) fue coescrita por una inteligenc­ia artificial, que analizó los mejores giros de la trama para impactar al público: una madre traumatiza­da por la muerte de su hija que se muda a una casa de campo aislada y empieza a tener visiones. Los creadores del filme la calificaro­n como “la película de terror perfecta” y aseguraron que esta era la manera en la que se harían las películas en el futuro.

Otro caso revolucion­ario era el capítulo Bandersnat­ch (2018) de la serie Black Mirror de Netflix, que invitaba al espectador a elegir entre varios finales posibles. Y en la pasada edición del Brain Film Fest, celebrada en el CCCB con una jornada extra en Madrid, la pieza estrella fue The moment (2018), del británico Richard Ramchurn. Es un corto de 22 minutos controlado por la mente a través de unos auriculare­s con sensores. Sólo una persona está monitoriza­da en cada proyección, y sus ondas cerebrales pueden cambiar el contenido de la película cada seis segundos de forma inconscien­te, lo que da 18.000 millones de versiones posibles.

Albert Solé, director de este certamen dedicado al cerebro, asistió a cuatro pases, dos de ellos consecutiv­os, para apreciar mejor los cambios. “Es una experienci­a radical, sobre todo para los espectador­es, pues el ritmo de los cambios de planos varia en función del estado anímico de quien lleva los sensores”. Los algoritmos iban alterando a su vez el orden del montaje de las secuencias. Lo único que no se modificaba era el principio y el final.

Solé admite que cuesta seguir ese thriller futurista por su ritmo acelerado, pero ve que la gente se interesa más y más en ese tipo de innovación. “En pocos años hemos revolucion­ado nuestros hábitos de consumo cultural de forma impensable. Estamos ante una autopista abierta hacia no se sabe qué, pero que nos llevará muy lejos”.

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BRAIN FILM FEST Fotograma del cortometra­je The moment, del británico Richard Ramchurn
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