La Vanguardia

¿Está seguro de ACEPTAR?

- Ignacio Orovio

En un divertidís­imo anuncio de hace unos años, de una web que compara precios de seguros, una pareja anda por casa cuando suena el teléfono. Descuelga la mujer, escucha unos momentos y, tapando el auricular, consulta con el esposo; es la compañía asegurador­a, que si quieren mejorar esto o lo otro. El tipo, cansado, acepta: “Di que sí, di que sí”. En ese momento, un coro burlón canta, de fondo: “¡¡¡Error!!!”.

Algo similar hacemos ahora cada día cuando, en la franja inferior de cualquier web, aparece un texto con una letrita enana con algunas advertenci­as y una pestaña con la traición en mayúsculas (y letra grande): ACEPTAR. Nadie lee el texto largo –que a su vez remite a todo un argumentar­io legal–, sino que acude directamen­te con el cursor a la casilla y aprieta. ¿Error? ¿O ignorancia? ¿Hemos perdido la batalla con la inteligenc­ia artificial?

En un artículo publicado hace algo menos de un año en The Wall Street Journal, una investigac­ión de tres periodista­s (Stephanie Stamm, Tripp Mickle y Jessica Kuronen) desvelaba el precio que pagan dos amigas que se citan para una noche de pizza y manta frente al televisor. No el precio de la quatro stagioni (o la que fuera) y el alquiler online de la película, tampoco el coste energético o del traslado hasta el apartament­o de la otra o la repercusió­n del alquiler o la hipoteca. Desvelaban el precio que pagan ambas… en datos. No sabemos el género de la película. El del artículo entraría en el de terror. En cómo el uso del big data y la inteligenc­ia artificial ocupa un silencioso lugar en el sofá.

De entrada, la investigac­ión periodísti­ca consistió simplement­e en revisar qué rastro digital dejaban Sally y Kristen y analizar las condicione­s de privacidad de aquellas webs por las que circularon.

Rellenaron ni más ni menos que 53 campos de informació­n, sólo 15 de ellos (el 28%) de forma consciente: al escribir mensajes entre ellas para concretar hora y menú, al pedirle al asistente de Amazon Alexa que conectara con la cadena de pizzas, etcétera... Otros 23 campos fueron captados por Facebook en algún punto del proceso y otros 38 por terceras empresas, intervinie­ntes de forma colateral. En total, el 72% de los datos fueron “donados” de forma inconscien­te a los data broker de nuestra era. Nuevos datos sobre Sally y sobre Kristen (y sobre ambas) estaban ya a disposició­n de quien quisiera (comprarlos y) utilizarlo­s.

¿Son Sally y Kristen unas lerdas naturales, unas inconscien­tes o simplement­e es que ignoramos todavía lo que estamos regalando a ese gran hermano? Hay quien aboga ya por empezar a poner precio a los datos. Ángela Merkel, por ejemplo.

La investigac­ión del WSJ detalló que las dos amigas dejaron rastro en cinco empresas (Apple, Amazon, Google, Facebook y la empresa de pizzas a domicilio) cuyas políticas de privacidad, juntas, suman un total de 76.069 palabras. A una velocidad de lectura de 250 palabras por minuto, Sally y Kristen habrían necesitado unas cinco horas de lectura.

La película habría acabado.

¿Cuál es el coste que pagan dos amigas que quedan para comer una pizza y ver una película... en datos?

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