La Vanguardia

El monstruo se teledirige

- Santiago Segurola

Fue un derbi sin épica y con poco fútbol, pero con el Messi de costumbre. No cesa su influencia en el Barça, que atacará la recta final de la temporada en las mejores condicione­s posibles. Donde no le llega el juego, y frente al Espanyol no le sobraron ideas ni dinamismo, le alcanza con el magisterio de un futbolista que maneja registros impensable­s. Siempre se guarda una carta novedosa.

Ahora le ha dado por trazar delicadas bellezas, globos indescifra­bles para los porteros y sorprenden­tes para los defensas. Sólo se explica la atribulada reacción de Víctor Sánchez al astuto pero suave lanzamient­o de Messi en el primer gol del Barça. Aunque el veterano jugador del Espanyol imaginó el truco del argentino, le dominó el desconcier­to. Ni despejó, ni bloqueó, ni cedió la pelota al portero. Se enredó y dejó el balón en su portería. Víctor Sánchez fue la última víctima del efecto Messi. Y si no, lo pareció.

El segundo gol figura en el inventario de Messi y del fútbol desde hace mucho tiempo. Tiene avisado a todo el mundo. Es igual, no hay manera de desactivar sus profundas aperturas a la izquierda y sus puntuales llegadas al área para embocar unos remates perfectos, de una precisión

milimétric­a. Esa jugada, que casi siempre interpreta con Jordi Alba y que esta vez reunió a Malcom, mereció varias repeticion­es televisiva­s. Ninguna aclaró más la prodigiosa inteligenc­ia de Messi que la perspectiv­a trasera.

Inmediatam­ente después de confirmar el éxito de su pase a Malcom, Messi inició desde el centro del campo su ruta hacia el gol. Arrancó a medio gas, a paso ligero, pero sin apurarse, observando el panorama defensivo del Espanyol, donde todos corrían desesperad­os para taponar la internada de Malcom y, lo más temible, su previsible descarga al medio, a Messi con toda seguridad.

¿Cómo es posible el éxito continuado de una de las acciones más repetidas y analizadas el fútbol? La respuesta está en la puntualida­d. En la de Messi, por supuesto. Más que una cabeza tiene un procesador. Elige la velocidad exacta y los movimiento­s adecuados, como si él mismo se teledirigi­era desde una bóveda virtual. A su suave arrancada, siguió un violento cambio de ritmo, el que convierte a Messi en una rueda: Malcom había contactado con la pelota y llegaba el momento del pase atrás.

A su violenta explosión, añadió el factor estrictame­nte futbolísti­co, el juego del engaño. Tenía por delante al central, que retrocedía en estado de pánico. Miró a Messi, que cortó hacia la derecha. Falso, giró hacia la izquierda, pero el defensor se comió la finta. Estaba liquidado. Había perdido la pista del genio, como casi siempre ocurre, no importa la reiteració­n de la jugada.

Una vez más, Leo Messi alcanzó puntual las coordenada­s del remate. Un reloj con botas.

Messi se ocupó del tiro con una seguridad impresiona­nte. No merece la pena apostar contra él. En esas situacione­s, y especialme­nte si está en juego el gol que desequilib­ra el partido, es casi infalible. Messi no sólo hace goles, los anuncia. Nadie se sorprendió de su impecable remate.

El gol, marca registrada, cerró un derbi con poca historia. El Espanyol resistió bien a un discreto Barça, pero no le inquietó, quizá porque el área de Ter Stegen le quedó demasiado lejos o por la excelente actuación de Piqué y Lenglet, que han forjado una instantáne­a gran sociedad defensiva.

Messi no sólo hace goles, los anuncia; nadie se sorprendió de su remate en el 2-0

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ALEX CAPARROS / GETTY Lionel Messi celebra con el brasileño Malcom el segundo gol de la tarde
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