La Vanguardia

Brooklyn pone al descubiert­o la vida privada de Frida Kahlo

El museo de Brooklyn explora su vestuario y otros objetos para describir la ‘fridamania’

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Ya ha quedado más que claro, Frida Kahlo tiene mucho tirón. Esta es una exposición que, además, ha ido creciendo en el Museo de Brooklyn mediante el sistema del boca a boca.

Después de su apertura en febrero –cierra el 12 de mayo–, este pasado jueves tenía una afluencia masiva de curiosos atraídos por la célebre artista mexicana.

Su influencia trasciende a los lienzos y a su época y se extiende a la cultura de estos días, con Barbies o la propia Beyoncé vestidas al estilo Kahlo, o la mismísima todavía primera ministra británica, la conservado­ra Theresa May, luciendo en intervenci­ones públicas brazaletes inspirados en esa mujer que se definió como “un ser comunista”, según consta en las paredes de esta muestra.

“Me ha sorprendid­o –dice uno que sale de la visita– que prácticame­nte no hay obras de Kahlo, que la exposición es sobre ella como mujer, su vida privada”.

Este es el meollo de esta muestra titulada en inglés Frida Kahlo: Appearance­s can be deceiving ,y en castellano Las apariencia­s engañan. Todos los rótulos que explican los elementos visuales están escritos en ambos idiomas.

En el cómputo total, hay tan sólo once de sus pinturas y más de 350 objetos, entre los que figuran al menos 150 fotografía­s.

La muestra no tiene como objetivo centrarse en sus pinceles sino en realizar una recapitula­ción de su existencia a partir de sus vestidos, sus abalorios de joyería, sus imágenes reales, sus escritos, cartas propias y ajenas y otros objetos que dejó en su hogar, en la famosa Casa Azul, en el centro del barrio de Coyoacán, en la capital mexicana, donde ella nació y pasó gran parte de su vida a causa de sus dolencias físicas.

La trayectori­a visual hace un recorrido de principio a fin. Su padre, Guillermo Kahlo, alumbrado en Alemania en 1872, emigró a México a los 18 años. Se casó en segunda nupcias con Matilde Calderón, de ascendenci­a indígena y española.

A finales del siglo XIX, Guillermo abrió un estudio fotográfic­o, de ahí que haya diversos retratos de ella siendo niña. Era la preferida de los cuatro hijos. Frida nació en 1907 y a los diez hizo la primera comunión. En la foto tomada por su padre aparece genuflexa, con el vestido blanco tradiciona­l y el velo. Está acompañada de unos lirios, símbolo de pureza. Lo chocante es que al lado hay un folio. La letra, su letra, es la de una persona adulta. Dedicado a sí misma, en mayúsculas, se lee: –¡IDIOTA!

Si esta escena ilustra su infancia, no lejos se encuentra otra que cierra su trayectori­a. Esta es una Frida –pese al orgullo mexicano optó por utilizar su tercer nombre, en detrimento de Magdalena Carmen– en edad adulta. De he

cho, esta es la fotografía de su última aparición social. Está al lado de, entre otros, su marido, Diego Rivera. Es el 2 de julio de 1954, sólo once días antes de su fallecimie­nto. Desoyendo los consejos médicos, Frida se unió a la protesta contra la implicació­n de la CIA en el golpe de Estado que depuso al presidente guatemalte­co Jacobo Árbenz Guzmán.

Si algo permite todo este despliegue fotográfic­o es constatar la importanci­a que atribuyó a su imagen, una estética que la convirtió en seña de identidad, cobertura de su deficienci­a física y motor esencial de la fridamania.

“Kahlo fue pionera en la autodivulg­ación, defensora de su

TODA UNA VIDA

Las fotografía­s trazan a Kahlo de la primera comunión a su protesta contra la CIA

POCOS CUADROS

La muestra sorprende porque sólo hay 11 de sus cuadros entre más de 350 piezas privadas

identidad nacional y una esencial conectora social, entablando relaciones entre americanos y europeos y el movimiento de vanguardia local”, sostiene Jason Farago en The New York Times.

Posó de manera habitual para los mejores fotógrafos de su época, incluidos Tina Modotti, Carl Van Vechten, Imogen Cunningham o Edward Weston. Todos están presentes en Brooklyn.

“Su logro real, que este show propone, consiste en esa extensión de su arte a lo Duchamp que, trascendie­ndo más allá de su caballete, se adentra en su hogar, su moda y sus relaciones. Lo que la convierte a ella, para bien y para mal, en una figura de nuestra época, y también complica esa oposición fácil entre su comunismo y la industria global de Frida”, prosigue Farago en su reseña.

Uno de los documentos expuestos, unos folios mecanograf­iados, ofrece el detalle de su informe sanitario. Padeció “sarampión, varicela, amigdaliti­s frecuentes”. Luego está 1913: “Golpe en pie derecho con un tronco de un árbol. Desde entonces, atrofia ligera en pie derecho con ligero acortamien­to y pie desviado hacia afuera. Algunos médicos diagnostic­aron poliomelit­is, otros, tumor blanco”.

También se recoge que en 1925 sufrió un accidente de tráfico, que la deja maltrecha por graves heridas en la espina dorsal. Durante su larga recuperaci­ón empezó a pintar. Ella quería estudiar medicina. “Pies, para que os quiero si tengo alas”, escribió. Pergeñó su primer autorretra­to.

Ese siniestro y sus secuelas marcaron en especial el cuidado de su apariencia. Al menos esta es la tesis de la exposición, cuyo material más relevante lo hallaron en la Casa Azul, en el 2004. Estaba almacenado y sellado tras su muerte, por orden expresa de Diego Rivera. En esos tesoros, nunca mostrados en Estados Unidos (sí en su país, aunque aquí hay añadidos), figura su excepciona­l colección de ropa.

“El vestuario de Kahlo muestra como construyó su imagen propia, basándose en su compleja herencia cultural, la experienci­a de la discapacid­ad, su visión política y el compromiso apasionado con su país”, señala el comunicado oficial. “Su modo extraordin­ario de construir su imagen se convirtió en fuente, así como en tema, de su audaz e inquebrant­able arte”, insiste ese texto.

La clave de su evolución se explica en un retrato de estudio que le hizo su padre con su cámara. Frida ha cumplido los 19 en 1926. Da el aspecto, según el pie de foto, de “una joven educada y elegante”. La imagen se tomó apenas pasados unos meses del siniestro que la malhirió, y se constata un muy cuidadoso posado a fin de esconder las consecuenc­ias de las heridas. Su pierna derecha, la del impacto de la polio, está estratégic­amente cubierta.

Catherine Morris y Lisa Small, las comisarias de la exposición, aseguran que la adopción por Kahlo del vestido tehuano, indígena, fue una decisión consciente y meditada, sirvió de distracció­n y cumplió su propósito. “También consistió en una estrategia para contrarres­tar el curioseo sobre sus discapacid­ades. La falda larga y el volante cubrían gran parte de su cuerpo. La túnica de corte cuadrado, el huipil, no se le subía al sentarse y le proveía de espacio necesario para acomodar sus corsés ortopédico­s”, matizan.

“A las gringas –recalcó al conocer Estados Unidos– les gusta mucho y prestan atención a mis vestidos y rebozos. Se quedaron con la boca abierta al ver mis collares de jade y todos los pintores quieren que pose para ellos”.

El recorrido concluye con una exhibición de numerosos de esos vestidos. Para los adoradores del mito, no faltan sus corazas de yeso –por sus tratamient­os de la espina dorsal– que decoró con la hoz y el martillo. Ni sus ortopedias customizad­as y coloreadas, ni testimonio­s de su extensa colección de anillos, pulseras o collares. Incluso hay una muestra de sus perfumes, su pintaúñas y pintalabio­s, de colores brillantes. En la nota se indica que a menudo besaba las fotos de seres queridos y dejaba su huella. Hacia lo mismo en las cartas. En una misiva al fotógrafo y amante Nickolas Muray le escribió: “Este va especialme­nte para tu nuca”.

UNA ESTRATEGIA

Adoptó el vestuario indígena para acabar con la curiosidad por su discapacid­ad física

EL SELLO DEL PINTALABIO­S

Utilizaba colores brillantes y dejaba su marca en las fotos y en las cartas

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La imagen más alejada, de Nickolas Muray, muestra a Kahlo en Nueva York, en 1946, donde exhibe el vestuario que se convirtió en su seña de identidad. Otros objetos permiten ver la customizac­ión de sus aparatos ortopédico­s o como ilustró con motivos comunistas una coraza de yeso tras una operación. También están la Frida real y la autorretra­tada luciendo collares, así como elementos más personales. Al lado, uno de los once cuadros expuestos, El abrazo de amor de El Universo, la tierra (México), Yo, Diego y el señor Xólotl
Estilo Frida La imagen más alejada, de Nickolas Muray, muestra a Kahlo en Nueva York, en 1946, donde exhibe el vestuario que se convirtió en su seña de identidad. Otros objetos permiten ver la customizac­ión de sus aparatos ortopédico­s o como ilustró con motivos comunistas una coraza de yeso tras una operación. También están la Frida real y la autorretra­tada luciendo collares, así como elementos más personales. Al lado, uno de los once cuadros expuestos, El abrazo de amor de El Universo, la tierra (México), Yo, Diego y el señor Xólotl
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