Erdogan pierde Ankara.
Las elecciones municipales inyectan moral a la oposición laicista turca
Tras veinticinco años bajo control del partido de Erdogan, la capital turca tendrá un alcalde republicano. La victoria supone una inyección de moral para la oposición al todopoderoso presidente turco.
Inyección de moral para los opositores al poder omnímodo de Recep Tayyip Erdogan. Tras veinticinco años bajo los islamistas, la capital de Turquía tendrá un alcalde del republicano CHP. Sin embargo, el trofeo más preciado, Estambul, seguirá en manos del AKP, cuya Alianza Popular con el MHP se habría impuesto agónicamente por poco más de un punto, con el 90% escrutado.
Además de ganar Ankara con Mansur Yavas, el principal partido de la oposición ha arrancado al bloque Popular otras tres alcaldías importantes, Adana, Antalya y Mersin. Al mismo tiempo, los republicanos conservan la mayor ciudad mediterránea, su bastión de Esmirna, así como Eskisehir.
Tras los comicios de ayer, de las doce mayores ciudades de Turquía, el bloque formado por el AKP-MHP sólo controla cinco. Aunque el voto de los pueblos siga en el bolsillo del Erdogan, cuyas siglas consiguen el 46% del total de votos del país y superan el 52% sumando los del MHP. Una vez más, el AKP de Erdogan gana a escala nacional, como en todas las citas electorales desde el 2002.
En Konya, Gaziante o Kayseri, el AKP sigue arrasando. Pero la oposición laicista también ha estado cerca de desalojarlo de Bursa. Aunque no se ha cumplido el sueño del secretario general del CHP, Kemal Kiliçdaroglu, de ganar en las siete mayores ciudades del país, la conquista de cuatro de ellas le salva del abismo y da esperanzas en tiempos difíciles.
Aunque la presidencia de Erdogan no está amenazada, su control del Parlamento, donde depende del MHP para formar mayoría, es hoy más vulnerable.
Lo más importante para la principal fuerza de la oposición, en cualquier caso, es haber exorcizado el riesgo que corría hasta ayer de quedar arrinconada como partido de la costa del Egeo y de Tracia, es decir, de la Turquía más europea. Estas municipales han dejado una mancha roja alrededor de Ankara e incluso en provincias del mar Negro, tradicional coto vedado de Erdogan.
El presidente turco, en las últimas semanas, parecía acumular, además de la condición de jefe de Estado y de gobierno, la de alcalde de la República, con más de cien mítines en cincuenta días. El mandatario había repetido por activa y por pasiva que perder Estambul era perder Turquía, por lo que su partido lleva tiempo echando toda la carne en el asador y presentó a la alcaldía al ex primer ministro Binali Yildirim.
El prokurdo HDP, por su parte, se impone en Diyarbakir y sus demás feudos tradicionales del sudeste, con la excepción de Sirnak, donde parece haber sido castigado por el atrincheramiento del PKK hace tres años, que terminó con la destrucción de varias ciudades en choques con el ejército.
La longevidad en el poder del AKP sorprende más fuera que dentro. Ciertamente, Erdogan puede ser un demagogo en política internacional, abanderando ruidosamente causas en las que no tiene capacidad decisiva. Y los bajos salarios en Turquía sólo admiten comparación con los de Moldavia o Ucrania (la gratificación para sus votantes a menudo es de orden simbólico). Sin embargo, la transformación de Estambul bajo el AKP es percibida como un salario indirecto. Este mismo mes, el Marmaray, el tren que une la Estambul europea y asiática bajo el Bósforo, ha extendido su recorrido en 60 kilómetros, recortando 70 minutos.
La falta de tiempo de antena para la oposición es un escándalo. Pero la transformación de la ciudad, ahora desbordante de flores, no es pura palabrería.
La oposición también gana tres ciudades importantes, Adana, Antalya y Mersin, y conserva Esmirna