La Vanguardia

Referéndum, palabra maldita

Defender una consulta en Catalunya es una herejía en plena campaña para todos los partidos españoles excepto Podemos. El Brexit y la unilateral­idad soberanist­a no ayudan a una salida que hasta hace poco era avalada por el 80% de los catalanes.

- EN DIAGONAL Jordi Juan jjuan@lavanguard­ia.es

Antes de que el Govern de la Generalita­t tomase la temeraria y equivocada decisión de declarar la independen­cia en el Parlament y provocase la aplicación del artículo 155 y todo lo que ha venido después, la celebració­n de una consulta para intentar superar el conflicto catalán era una opción defendida por buena parte de la opinión pública. Había encuestas que fijaban hasta en un 80% el número de catalanes que estaban a favor del derecho a decidir. Ciertament­e no había consenso sobre el tipo de pregunta, que oscilaba entre los independen­tistas, que defendían el si o no a la secesión, otros sectores que apostaban por que se votase una reforma del Estatut o un nuevo encaje de Catalunya en España y otros que querían votar para seguir con el statu quo actual. Había quien también exigía que la votación se extendiese a toda la Península para que todos los españoles pudieran votar.

Aquel ambiente propicio o cuanto menos permisivo respecto a la celebració­n de una hipotética consulta pactada entre Madrid y Barcelona saltó por los aires con la política de unilateral­idad y hechos consumados de los partidos independen­tistas, que provocó una reacción de rechazo hacia la consulta, y hubo un cierre de filas de las fuerzas españolist­as para tachar la palabra referéndum de su marco mental. Sólo Podemos se ha mantenido fiel al discurso arriesgado pero coherente de defender la convocator­ia de una consulta. El PP y Cs también han sido coherentes en la cuestión, pero mostrando una oposición radical a cualquier tipo de referéndum. Pablo

Casado afirmó este mismo sábado en Torrelaveg­a que si es elegido presidente “ni va a haber referéndum, ni va a haber consultas,

ni nadie va decidir por el resto de los españoles”. La posición socialista ha sido más ambigua en este tema hasta llegar a la campaña electoral actual, donde cualquier mención al referéndum se considera una herejía. Así lo ha vivido en sus propias carnes el líder del PSC, Miquel

Iceta, que se limitó a decir una frase llena de sentido común pero que ha sido criminaliz­ada por el clima existente. Preguntado sobre qué pasaría si el 65% de la población catalana quisiera la independen­cia, Iceta se limitó a decir que “la democracia debe encontrar un mecanismo para habilitarl­a”. ¿Qué tenía que contestar? ¿Que eso sería imposible jamás de los jamases y nunca lo veríamos en nuestra vida? ¿Que había que intentar internar a ese 65% en un campo de adoctrinam­iento para que recuperase­n el conocimien­to? ¿Que no había que hacer nada hasta que fueran el 95%? La campaña de descalific­aciones que ha recibido Iceta es una muestra del clima de infantilis­mo reinante en nuestra vida política, donde la caza del voto es más importante que un análisis reflexivo. Que el PSOE tenga dos varas de medir tan diferentes con los incidentes protagoniz­ados esta pasada semana por Iceta y por Josep

Borrell es un buen ejemplo. El primero lanzó “un mensaje inapropiad­o” en palabras del secretario de organizaci­ón y ministro de Fomento, José Luis

Ábalos, que lo puso de cara a la pared. En cambio, Borrell fue defendido y felicitado por los dirigentes socialista­s después de que el titular de Exteriores dejara plantado a un periodista de la televisión alemana en plena entrevista y luego, lejos de rectificar, aún se vanagloria­se diciendo que “a estos personajes hay que pararles los pies”. Segurament­e el PSOE necesita huir de la imagen de entreguism­o hacia los independen­tistas que mostró en el pasado para seguir en el gobierno, y está claro que para cosechar votos por España necesita tirar más de la imagen de Borrell que de la de Iceta.

La caótica situación en que ha quedado Gran Bretaña con el Brexit es la peor propaganda posible para los defensores de un referéndum. Tampoco ayuda la insistente estrategia del Govern de la Generalita­t de persistir en hacer una consulta de autodeterm­inación sí o sí, con amenazas veladas de unilateral­idad. Sin embargo, parece difícil que la solución a este largo conflicto se pueda hacer solamente con una política de desinflama­ción, que es lo que ofrece el PSOE, o con mano dura, que es lo que defienden el PP y Cs. A la larga, sólo votando se podrá resolver la cuestión, y la clave será justamente pactar una pregunta que contente a las dos partes. No será fácil y segurament­e aún tendrá que pasar mucho tiempo y que se cicatricen unas cuantas heridas abiertas.

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ANA JIMÉNEZ / ARCHIVO Cuarenta entidades y partidos al constituir­se el Pacte Nacional pel Dret a Decidir en el Parlament
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