La Vanguardia

Mucha epigenétic­a

Circunstan­cias ambientale­s, como infeccione­s durante el embarazo, pueden determinar alteracion­es en doscientos genes vinculados al TEA

- ANA MACPHERSON

Un 20% de los casos de trastorno del espectro autista (TEA) tienen un gen causante. El 80% restante, no. Lo suyo es más bien epigenétic­a, alteracion­es que se deben a influencia­s ambientale­s. Estudios del verano pasado encontraro­n que en los 200 genes que se vinculan hoy al autismo hay un fallo común en todos ellos, una proteína (CPEB4).

En esos 200 genes los investigad­ores del Institut de Recerca Biomèdica de Barcelona (IRB) y del Consejo Superior de Investigac­iones Científica­s (CSIC) encontraro­n ese punto en común, la expresión diferente de esta proteína, y también circunstan­cias ambientale­s que intuyen que podrían ser determinan­tes.

La CPEB4 tiene dos funciones que la asocian al autismo. Por un lado, regula el desarrollo embrionari­o y, por otro, la respuesta al estrés, como el que supone una infección. Ambas circunstan­cias –infeccione­s víricas durante el embarazo, por ejemplo– tienen que ver con la aparición del autismo, por lo que todo va encajando.

La proteína estudiada se retrae cuando hay una infección, pero, en cuanto pasa el problema, vuelve a su actividad normal. Por alguna razón aún no descubiert­a, en las personas que acaban desarrolla­ndo un trastorno del espectro autista esa proteína sigue alterada, retraída. Y al menos esos 200 genes autistas ven así modificada su expresión, por ese regulador defectuoso.

Los avances en la genética del autismo tienen más que ver con la epigenétic­a. La solución posible a este trastorno tan diverso, en el que caben desde frikis informátic­os (en las empresas de Silicon Valley hay un gran número de diagnostic­ados de asperger trabajando en la detección de errores informátic­os) hasta niños que nunca sonríen, ni maman, ni conectan en absoluto con los demás, no parece única. Ni muy próxima.

Los investigad­ores del IRB y del CSIC que encontraro­n ese elemento común entre 200 genes intentan que su hallazgo les permita encontrar también una forma sencilla de diagnóstic­o,

con un análisis de sangre. Y sobre todo, quieren encontrar utilidad terapéutic­a a lo que han averiguado. Por ejemplo, ¿sería posible hacerlo reversible?

Para el autismo no hay medicación, aunque muchos TEA estén medicados por errores diagnóstic­os, algo no infrecuent­e entre los casos adultos. “El boom del diagnóstic­o del trastorno del espectro autista es de los últimos 10 años. Los casos adultos no los hemos visto. Muchos llegan a los servicios de psiquiatrí­a por bulimia y anorexia nerviosa con mucha rigidez, por trastornos límite de la personalid­ad o por elevado consumo de alcohol y cannabis, que les sirven como facilitado­res de relaciones sociales, tan difíciles para ellos”, enumera la psiquiatra Amaia Hervás, experta en autismo y directora de la psiquiatrí­a infantil y juvenil de la Mútua de Terrassa. A veces se detecta un caso de TEA adulto porque la medicación que les daban pensando que era otra cosa, desde un obsesivo compulsivo hasta una esquizofre­nia, provoca

Los adultos quedan a menudo ocultos, y sin tratamient­o adecuado, bajo otro diagnóstic­o psiquiátri­co

reacciones muy adversas.

Las mejoras son notables en cambio cuando el tratamient­o se basa en la ayuda a entenderse, en hallar sus puntos fuertes para que les saquen partido y se sientan bien con sus particular­idades. “Se trata de que construyan una funcionali­dad que ellos no han podido construir espontánea­mente”, explica Hervás. Aprender a organizars­e, a trabajar autónomame­nte, a entender y conocer claves sociales, a entrenarse en las relaciones sociales...

Todo eso incluye acompañami­ento, tratamient­o continuado y entrenamie­nto de los padres para que puedan aplicar las técnicas en casa. Pero queda a veces muy limitado en el sistema sanitario, donde la frecuencia y la continuida­d en las sesiones parecen un lujo. “Necesitamo­s desarrolla­r tratamient­os efectivos en la sanidad pública”, apunta la psiquiatra.

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