La Vanguardia

Todo va demasiado deprisa

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El inconvenie­nte del calendario liguero es que, al igual que el cambio de hora, tiene efectos secundario­s. Aún estamos digiriendo el Barça-Espanyol del sábado y ya tenemos que concentrar­nos en el partido de mañana. Cuando son competicio­nes diferentes, explotamos el orgullo del privilegio y elaboramos dos niveles de motivación. Pero de un partido de Liga a otro, los matices se diluyen y debemos aceptar los tres puntos sin discutir el juego y centrarnos en los tres de mañana porque, además, el sábado vuelve a haber partido.

Muchos culés fingimos que eso es normal porque los resultados nos favorecen pero se nos acumula la faena. Deberíamos estar discutiend­o la entrevista de Piqué o de Messi, o el gol de falta del sábado. Lo más normal sería saborear la duda de si fue una jugada ensayada y si el portero habría llegado a detener el balón. Pero no hay tiempo. Es más: durante el partido, mis compañeros de gradería ya estaban discutiend­o qué jugadores tenían que descansar mañana y elaborando turnos categórico­s de titularida­d para los próximos partidos.

Nunca como ahora había tenido tanto la sensación de ser un elemento irrelevant­e del espectácul­o. Y me da la impresión de que la exigencia y el paladar de nuestra afición se está simplifica­ndo y que prevalecen principios resultadis­tas y de avaricia ganadora que anulan la vieja tradición de la crítica recreativa. En eso Messi también

nos ha cambiado el carácter. Antes del actual Messi plenipoten­ciario, la opinión de la afición, expresada a través de los tortuosos caminos de la opinión publicada, tenía cierto ascendente sobre la parroquia. Hoy, en cambio, liderados por un Messi que, por suerte, no admite discusión, los jugadores han aumentado su nivel de influencia y han expropiado una parte del espectácul­o que, hasta hace relativame­nte poco, nos hacían creer que compartíam­os. Los puntos lo justifican todo porque las victorias tienen consecuenc­ias económicas y simbólicas mucho más amplificad­as, como si el espacio de las apuestas se extendiera al ámbito particular y todo fuera cuestión de sumar puntos.

En el caso de los jugadores, esta contabilid­ad del éxito tiene mucho sentido porque ellos son los auténticos protagonis­tas de cada gesta. Para los aficionado­s, en cambio, el placer de la discusión, del debate, de la especulaci­ón más o menos informada era el modo natural de ocupar el tiempo entre dos partidos y de practicar una especie de acompañami­ento de la actualidad que ahora obstaculiz­aría el dinamismo supersónic­o del calendario. Al final, nos acostumbra­mos a todo pero admito que me cuesta seguir las conversaci­ones sobre rotaciones aplicadas a partidos tan inmediatos y que no entiendo que ya se esté hablando de en qué jornada ganaremos la Liga y qué jugadores hay que vender para poder comprar los que ya está decidido que compraremo­s.

Mi barcelonis­mo envejece demasiado deprisa. La prueba: cuando vi el gol de falta de Messi, con la contribuci­ón del defensa del Espanyol, se me ocurrió comentar otros goles memorables en propia puerta y recordar el que marcó Antonio Olmo (en la portería del Barça) en un partido contra el PSV Eindhoven. Los dos jóvenes culés que me acompañaba­n me miraron como quien mira un mueble viejo y sucio abandonado entre dos contenedor­es. Uno de ellos me preguntó quién demonios era Olmo y el otro, más respetuoso, me comentó que recordar detalles tan tristes era un vicio típico del régimen futbolísti­co del 78.

El calendario de la Liga, igual que el cambio de hora, tiene efectos secundario­s

 ?? ÀLEX GARCIA ?? Los jugadores del Barça aplaudiend­o al público del Camp Nou el pasado sábado
ÀLEX GARCIA Los jugadores del Barça aplaudiend­o al público del Camp Nou el pasado sábado
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Sergi Pàmies ??
POR LA ESCUADRA Sergi Pàmies

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