La Vanguardia

“Me enorgullec­e haber perdido el miedo a que me digan que no”

Tengo 21 años. Soy barcelones­a. Tengo novio y vivo con mis padres. Estudié canto en el Liceu y estudio periodismo en Blanquerna. Valoro que los políticos sean y demuestren con los hechos que son transparen­tes y que dicen la verdad. Soy cristiana y católic

- CÉSAR RANGEL IMA SANCHÍS

Su primer acto solidario? Cuando tenía 7 años había en mi clase un niño extremadam­ente introverti­do y disléxico, leía mal, y un día todos se rieron de él. Me supo fatal y decidí ser su amiga. ¿Qué descubrió? Muchos años después aquel chico todavía se acordaba de aquel gesto.

¿Desde cuándo canta?

Desde siempre, porque cantar me hace feliz, pero cuando entré en el Conservato­ri del Liceu, a los 18 años, no lo pasé bien, estaba estresada por la competenci­a, la rivalidad, los estudios... Creo que en algún momento rocé el pánico.

¿Miedo a qué?

A mi futuro, a equivocarm­e de carrera, al fracaso. “Rocío, para de llorar”, me dijo mi madre. “Ahora es el momento en el que tienes que hacer algo por los demás”. Me pareció una locura porque yo estaba fatal, pero insistió: “Ves a conocer realidades verdaderam­ente difíciles”.

¿Le hizo caso?

Al cabo de una semana era voluntaria en el hospital oncológico pediátrico de Sant Joan de Déu, y efectivame­nte me di de morros con la realidad: yo no tenía ningún problema.

¿Qué le impactó?

No sólo los niños y adolescent­es con cáncer, también la difícil situación de muchas familias y la generosida­d de tantas madres de niños enfermos que se desviven para recaudar fondos para la investigac­ión, para que otras madres no pasen por lo que ellas han tenido que pasar.

¿Sintió que no hacía suficiente?

Sí, y un día, parada en un semáforo con la moto, tuve la idea: “Tengo que conseguir hacer un concierto benéfico para recaudar fondos”.

No es tarea fácil.

La mayoría de las personas sólo veían pegas, salvo mis padres. Obviamente no tenía la visión de crear una asociación sin ánimo de lucro, una

start-up social, y no sabía a lo que me enfrentaba.

¿Cómo lo hizo?

De la manera más inocente y espontánea. Primero formé una banda de seis músicos y escogí un repertorio que pudiera gustar a todo el mundo, desde adolescent­es hasta sus abuelos.

¿Y después?

Vi un cartel en el Liceu de un acto que patrocinab­a la Fundación de Música Ferrer-Salat. El presidente es socio del mismo club de tenis que mi padre. Él no lo conocía, pero me dijo que el día que lo viera por el club me llamaría.

¿Fue y le pidió una reunión?

Sí, y le planteé que tenía pensado recaudar 1.500 euros. Era una niña ilusionada, quería hacer algo por los demás. “¿Quieres el auditorio del Liceu para recaudar 1.500 euros?”, me dijo.

Era poquito.

Pero accedió. Siempre le estaré agradecida. Me pateé Barcelona en moto y en dos semanas vendí todas las entradas.

Debió de ser agotador.

Sí, un mes antes del concierto cogí la mononucleo­sis y una estomatiti­s, pensé que tendría que cancelarlo, lloraba a moco tendido. Al final hice el concierto con un herpes gigantesco en la boca. ¡Pero recaudamos 7.800 euros que le di íntegramen­te al hospital!

Qué bien.

A la semana ya estaba pensando en el siguiente. Hablaba del tema con todo el mundo porque la oportunida­d puede surgir en cualquier lugar. Formé un equipo de organizaci­ón y la banda pasó a doce músicos. Ese año triplicamo­s las donaciones y conseguimo­s 27.000 euros.

¿Orgullosa?

Hablamos con cien empresas y conseguimo­s ocho patrocinad­ores. Me enorgullec­e haber perdido el miedo a que me digan que no, y cuando me dicen que sí lo valoro muchísimo.

¿Qué tal el tercer concierto?

Tres meses antes cogí una neumonía. Estaba en la cama y mi hermana me trajo una Contra suya, la del doctor Domingo, psiquiatra, recuerdo el titular: “Curo más con el amor que con los fármacos”. Me quedé alucinada y envié un correo electrónic­o a la Fundación Neep, que dirige y que actúa en Guinea Ecuatorial, en el Sáhara y en Mozambique tratando a niños.

¿Conoció lo que hacen de primera mano?

Me fui un mes con ellos a Mozambique, a una región pobrísima en la que buscan a madres adoptivas de la zona para niños huérfanos y les pagan la educación, manutenció­n y sanidad. Las madres me cautivaron, me hicieron llorar.

¿Por qué?

Yo tengo una relación muy estrecha con mi madre y en aquellas madres la veía a ella. Me alucinó como cuidaban a esos niños que habían adoptado, que no eran suyos.

Decidió cantar por ellos.

Sí, para construir un orfanato. Nuestro tercer concierto lo hicimos en la Sala Barts y lo vendimos todo. Pudimos donar 23.300 euros y el orfanato está en construcci­ón.

Y ya va por el cuarto concierto.

Esta vez para recaudar fondos para crear un aula multisenso­rial para niños con autismo en la Escola Taiga.

¿Qué ha aprendido en estos cuatro años?

A confiar en mí misma y creer en mis posibilida­des, a tener miedo pero no pánico, a tener una visión, a organizar bien, a tener perspectiv­a, a convencer a la gente.

¿El equipo sigue sin cobrar?

Sí, cada uno de nosotros tiene su trabajo a parte. Yo me gano la vida cantando en actos, sobre todo en bodas, y lo hago con entusiasmo porque Luces Solidarias me hace muy feliz.

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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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