El ‘sultán’ Erdogan, cuestionado
LAS municipales turcas se han convertido en un serio toque de atención para el todopoderoso presidente Erdogan. Aunque su partido, el islamista Justicia y Desarrollo (AKP), ha ganado cuantitativamente las elecciones (52% de los votos), el hecho de que las ocho ciudades más grandes del país, entre ellas las dos capitales, Ankara y Estambul –esta todavía de forma provisional– hayan ido a parar a la oposición kemalista del Partido Republicano del Pueblo (CHP) convierte la jornada del domingo, con una participación superior al 90%, en un posible punto de inflexión si la oposición logra construir a partir de ahora una alternativa al régimen de Recep Tayyip Erdogan.
La exigua victoria del islamismo turco tiene tres causas. La primera es, sin duda, la crisis económica que atraviesa el país. Después de diez años de crecimiento, Turquía ha entrado en recesión debido a un excesivo déficit y al crecimiento de la deuda en moneda extranjera, así como a una política poco ortodoxa en materia de tipos de interés. La consecuencia ha sido la depreciación de la lira turca, una escalada de la inflación, el aumento de los costos de endeudamiento y el incumplimiento de los préstamos. Una situación que contrasta con la reiterada política megalómana del presidente, mientras queda seriamente afectado el mercado financiero, especialmente el de los negocios y el inmobiliario, cuya boyante situación se ha hundido en pocos meses. Desde mayo, Turquía tiene dos millones de casas nuevas sin vender. Era evidente que el régimen de Erdogan saldría muy tocado de esta crisis, entre otras razones porque sus discursos nada tienen que ver con la realidad de un ciudadano súbitamente empobrecido.
Un segundo eje que explica el severo toque de atención es la realidad de que el partido de Erdogan no ha logrado
penetrar en el mundo urbano, mucho más ecléctico y abierto de lo que parece entender el presidente islamista. La oposición kemalista –seguidores de Atatürk, el padre de la Turquía moderna y laica– ha demostrado que, a pesar de la represión a la que ha estado sometida –el régimen se ha referido a ellos como terroristas–, sigue representando a un potente núcleo cívico de la Turquía más moderna que mira a la Unión Europea. Así, la socialdemocracia, en coalición con los kurdos en la zona oriental y con movimientos de tipo nacionalista en diversas áreas, ha conseguido hacer creíble la posibilidad de derrotar al sultán del nuevo otomanismo y volver al secularismo. Una derrota relativa mucho más trascendental si se tiene en cuenta que la mayoría de los medios turcos se halla en manos del régimen.
Finalmente, para Erdogan, que inició su carrera en la alcaldía de Estambul, perder la capital económica del país, si finalmente sucede, supondría un muy serio revés personal, significativo de que está perdiendo la capacidad de seducción demostrada hasta hace poco. Tanto Estambul como Ankara y diversas áreas macrourbanas de la costa mediterránea han estado el último cuarto de siglo en poder del partido islamista. Ahora, la situación ha dado un giro de 180 grados y las grandes áreas metropolitanas, que ejercen un poder de gestión fundamental en el sistema administrativo turco, han pasado a la oposición, lo que da a esta una seria opción de convertirse en alternativa al islamismo de Erdogan.
Queda por ver cómo reacciona el presidente ante esta afrenta política. Durante la noche electoral asumió la relativa derrota y la achacó a que su Gobierno no ha logrado explicarse con la suficiente claridad, un pobre argumento para quien planeó estas elecciones como un sufragio para su partido y para él mismo.