La Vanguardia

Tiger Woods

Estados Unidos se rinde al triunfal regreso de Tiger Woods tras ganar el Masters

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

CAMPEÓN DEL MASTERS DE AUGUSTA

Once años después de su último grande, Tiger Woods (43) se adjudicó el decimoquin­to de sus grandes trofeos y convirtió su regreso en un particular compromiso ante las adversidad­es personales y profesiona­les.

Sólo se le oyó una expresión de satisfacci­ón cuando el maestro destronado, Patrick Reed, le puso la chaqueta. “It fits!”, afirmó Tiger Woods. Esa exclamació­n de “me queda bien” al comprobar cómo le encajaba la americana verde –la quinta en su carrera, la anterior hace catorce años–, resume el alivio que experiment­ó este gigante del golf al protagoniz­ar uno de los más grandes regresos en la historia del deporte.

Cayó en el infierno y ha transitado por todos los recodos del camino del calvario.

A sus 43 años, Woods ensalzó su leyenda en los greens del Augusta National Golf Club (Georgia) al llevarse su quinto Masters –sólo le supera Jack Nicklaus con seis– y el número quince de los grandes trofeos, clasificac­ión que también li

dera el oso Nicklaus con 18. Su vuelta supone dejar atrás su adversidad profesiona­l y personal.

Su Gólgota particular empezó en el 2008. Se llevó el éxito en el Open USA –su último trofeo al más alto nivel–, pero tuvo que someterse luego a una operación en su pierna izquierda.

No fue más que el preludio del Thanksgivi­ng (fiesta de acción de gracias) del 2009 en que se precipitó al fondo del abismo. Un aparente accidente de coche y una pelea con la que era su esposa (Elin Nordegren) significó que se abriera la espita. De pronto hubo luz verde para explicar sus aventuras extramarit­ales, muchas veces con un periodismo de tabloide carente de ética.

Hubo más lesiones, más caídas, como un nuevo incidente de tráfico al quedarse dormido a consecuenc­ia de su adicción a los analgésico­s contra el dolor.

No sólo se le perdió el respeto al golfista que transformó está práctica al hacerla más atlética y popular. Parecía, además, que había ganas por zurrar al que ganó su primer título de maestro en 1997, con 21 años, el primer afroameric­ano que lograba una gesta de este calibre. Pero Tiger Woods es otro ejemplo de la narrativa americana. Toda la admiración por el héroe se convierte en desprecio al observar sus imperfecci­ones, aunque al aprovechar su segunda oportunida­d se le festeja como al hijo pródigo.

Si a partir del 2009 el tigre perdió las garras, ayer las recuperó más afiladas que nunca. El término golfista vuelve a cobrar el sentido de jugador de golf en lugar de ser un golfo. “Woods está de vuelta al panteón de las estrellas mundiales del deporte, otra vez al nivel de LeBron James, Serena Williams y Lionel Messi”, según la crónica del The New York Times.

Entre sus méritos figura que estuvieran de acuerdo Donald Trump y Barack Obama, dos presidente­s antagónico­s, a la hora del elogio por su “regreso”. Trump anunció que tiene la intención de concederle la Medal of Freedom.

Las television­es recuperaro­n el abrazo de Woods con su padre en 1997, al ganar su primer Masters. Earl, el padre, murió en el 2006. Esta vez las cámaras recogieron el abrazo de Woods con su hija, Sam Alexis, de 11 años, y su hermano, Charlie Axel, de 10.

“Esto cierra el círculo”, dijo él al comparar las imágenes.

Si la pregunta era qué le había pasado a Woods, hoy surge otra: ¿Será capaz el tigre de asaltar al oso? “El límite es el cielo, respondió Joe Lacava, su caddie.

HÉROE, VILLANO Y VICEVERSA Woods es otro ejemplo de la narrativa americana, protagonis­ta de un retorno para la historia

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ANDREW REDINGTON / AFP Tiger Woods con la americana verde que le acredita como nuevo campeón de Augusta

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