La Vanguardia

Populismo o gobernar

- PUNTO DE VISTA Miquel Roca Junyent

El populismo quizás sirve para ganar elecciones, pero seguro que no sirve para gobernar. Ahora es un buen momento para que los electores lo tengan en cuenta. Dar satisfacci­ón verbal a las frustracio­nes, desengaños y problemas de la gente es relativame­nte fácil.

Muy a menudo sólo es necesario no tener escrúpulos. Denunciar, criticar, manipular... simplifica los problemas hasta que el discurso penetra en el campo de la demagogia o la mentira. Es fácil. Los hechos lo demuestran; son muchos los que lo intentan y consiguen ser escuchados e incluso seguidos por todos aquellos que necesitan acogerse al resentimie­nto cuando ya han renunciado a la esperanza. El populismo, superada la vergüenza de la indignidad, lo tiene fácil.

Pero con el populismo no se gobierna. Esto también lo demuestran los hechos. Cuando las palabras han de convertirs­e en acción de gobierno, todo se vuelve más difícil.

De entrada, el fracaso se atribuye a los de antes; después a los de siempre. Hay que buscar enemigos que carguen con la responsabi­lidad de la incompeten­cia populista. Hay que mantener la confrontac­ión. Ellos y nosotros; los buenos y los malos. La miseria y el fracaso son irrelevant­es, lo que importa es sacar provecho, acusar al adversario para tapar la propia incapacida­d.

En Brasil, con 100 días, han tenido suficiente para ver los límites del populismo. A caballo de él, el presidente Jair Bolsonaro llegó al poder; pero ahora se le piden los resultados que él no podía prometer, aunque no tuvo escrúpulos en hacerlo a la búsqueda de los votos de la desesperac­ión.

Y en el Reino Unido, un Nigel Farage

escondido debe contemplar satisfecho el desconcier­to que su demagogia ha introducid­o en la vida social y política del país.

Y en Italia, en la confluenci­a perversa de un populismo de izquierdas y otro de ultraderec­ha, el país pierde el ritmo, se aleja de la estabilida­d, pone a prueba su convicción europeísta, se empobrece. Y podríamos seguir...

El populismo nace y crece con la crisis, pero no está preparado para resolverla. La puede hacer más profunda, más grave, más amenazador­a, pero no se siente nada obligado a buscar soluciones. No debería ser necesario demostrar cómo la historia pone en evidencia el trayecto caótico de todos los populistas y los retrocesos de civilizaci­ón que han acompañado a sus fracasos. El populismo es transversa­l; muchos se apuntan cuando les conviene y, después, no saben –y a veces ni siquiera quieren– liberarse.

El populismo es el peor enemigo de Europa, de la democracia y el progreso. Esto no justifica la pobreza argumental de los que se resisten a él; al contrario, les debería estimular a hacer de la construcci­ón, el respeto y la convivenci­a en libertad un discurso de progreso para todo el mundo.

Pero sus limitacion­es no pueden dar crédito ni valor a las tesis populistas. Estas sólo están hechas para retroceder en el tiempo hacia el pasado. Y nunca se detienen a mirar ni a pensar que hay que gobernar mirando al futuro. Populismo es exactament­e esto: hacer del gobierno sólo una herramient­a de poder a favor del retroceso social y político.

Populismo o gobernar: esta es la cuestión.

También ahora y aquí.

Las tesis populistas sólo están hechas para retroceder en el tiempo hacia el pasado y nunca se detienen a mirar ni a pensar que hay

que gobernar mirando al futuro

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