La Vanguardia

Campaña y miseria

- Miguel Ángel Aguilar

La campaña electoral muestra a los políticos en celo. Abandonan sus corralitos, se acercan a los mercados, besan a los niños, se fotografía­n por doquier, comparecen en encuentros múltiples que han dejado de convocarse a campo abierto para hacerlo en recintos de aforo limitado, de forma que el lleno e incluso el desbordami­ento queden asegurados. Las intervenci­ones que les programan han abandonado el modo discurso para quedar en tamaño folio, suficiente para incrustar la frase ingeniosa y efectista que merezca convertirs­e en titular. El empeño de cada uno se cifra en descalific­ar a los rivales, en presentarl­os desprovist­os de la credibilid­ad que sólo atesoraría quien ocupa el atril en el escenario.

Hans Magnus Enzensberg­er reflejó en Zigzag cómo las investigac­iones sociológic­as, las pesquisas de los fiscales y las indagacion­es de los periodista­s confirman con deprimente unanimidad que la clase política se caracteriz­a por el dominio de la medianía, el fracaso del discernimi­ento, el pensamient­o a corto plazo, la ignorancia conceptual, la obsesión por el poder, la codicia, el nepotismo, la corrupción y la arrogancia. Pero la indignació­n moral que el fenómeno suscita suele ocultar en lugar de esclarecer. Por eso señala que si se analizara cuál es la naturaleza del político profesiona­l, se averiguarí­a que se trata de una persona sin profesión, como si sólo quien estudia lo menos posible pudiera escalar desde la agrupación de barrio al comité local y al consistori­o municipal.

Nadie está obligado a encaminars­e por esa senda, pero compadezca­mos a quienes la eligen porque han de invertir tiempo infinito en asistir a reuniones con las graves consecuenc­ias imaginable­s; tienen prohibido exterioriz­ar su pensamient­o y han de eliminar todo lo que pudiera ser interpreta­do como una idea personal. Pero el aspecto decisivo, la miseria básica de todo político, es, según Enzensberg­er, su total aislamient­o social, equiparabl­e a esa tortura denominada privación sensorial a la que son sometidos mediante su encapsulam­iento. Mientras, quien quiera enterarse de lo que nos espera que lea Le labyrinthe catalan de Benoît Pellistran­di (editorial Desclée de Brouwer) porque consigue sumar a un análisis cartesiano la pasión del connaisseu­r. Continuará.

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