¿Cómo hacer al grupo corresponsable de la solución?
El bullying es una escena en la que, como en una obra de teatro, hay los actores principales (víctimas y acosadores), el público (los testigos) y aquellos que no suelen asistir a la representación, pero que sin embargo están también incluidos en la trama (docentes, madres y padres). Todos cuentan, pero sin público no hay espectáculo. Basta que éste se levante, y enseguida cae el telón y se acaba la función.
¿Por qué callan los testigos o incluso, a veces, aplauden y miran la escena? Su silencio o su complicidad les garantiza –esa es su ilusión– no ocupar el lugar de la víctima. Ese verdadero chivo expiatorio, cuyo sacrificio parece
necesario e inevitable para frenar el acoso que todo púber siente por tener un cuerpo que no deja de inquietarle con sus nuevos mensajes y emociones, y ante el que no siempre sabe qué hacer. Como dicen ellos mismos: “qué no nos tomen por pringaos o frikis, que no nos confundan”. Creen así que pueden nadar y guardar la ropa, ver cómo los acosadores manipulan el cuerpo del acosado y mantener el suyo a resguardo.
¿Cómo hacer entonces para que ellos se hagan corresponsables de la solución y no del problema, poniendo fin a esa escena cruel y sádica cuyas huellas psicológicas no son fácilmente olvidables? La época nos dice que cuando detectamos un malestar en la infancia o en la adolescencia hay dos fórmulas easy: rápidas y sencillas. La primera es etiquetar ese malestar y medicarlo después. Cuando eso no funciona –y en el acoso parece complicado establecer un trastorno del acosador ya que no hay un perfil nítido– se recurre a la segunda: la judicialización, con el previo de las sanciones reglamentarias y protocolizadas.
Los recientes estudios dicen que esto último –que puede incluir expulsiones– no parece funcionar ya que, además, redobla la victimización del acosado, culpable ahora de su suerte. A nivel preventivo, es mejor guiarse por el doble principio ético de la participación y la corresponsabilidad, tal como hacen proyectos como el KIVA finlandés o el TEI (Tutoría entre iguales) catalán. Incluirlos de entrada como actores protagonistas de los planes de convivencia.
Y si el acoso ya se ha producido, de lo que se trata entonces es de implicarlos, a través de la palabra, en el abordaje del problema: conversar con ellos sobre lo sucedido y que tomen (su) posición clara. Para ello es bueno que escuchen algún testimonio del acoso, sea a través de la ficción (películas, literatura) o –todavía mejor– de situaciones más próximas. Eso les ayudará a darse cuenta que mirar para otro lado es siempre una falsa salida, y que hay otras más interesantes para ellos mismos.
Recurrir a sanciones, como una expulsión, no suele funcionar porque redobla la victimización del acosado