La Vanguardia

Arqueologí­a de Loewenstei­n (IX)

- Josep Maria Ruiz Simon

Se puede considerar el fascismo como un fenómeno histórico indisociab­le de una época delimitada o como un fenómeno transhistó­rico que ha ido tomando varias formas desde su aparición. Cuando se mira desde el primer punto de vista, resulta habitual plantearse si fue un fenómeno genérico o si, por el contrario, se usa abusivamen­te un mismo nombre para hablar de realidades diferentes, como el fascismo italiano, el nacionalso­cialismo o el rexismo belga. Observarlo desde la segunda perspectiv­a permite, en cambio, distinguir entre viejos y nuevos fascismos y dedicarse a compararlo­s apuntando las continuida­des y las discontinu­idades, los parecidos y las diferencia­s. También permite, si se quiere hilar más fino, distinguir entre movimiento­s estrictame­nte neofascist­as, que se reivindica­n o se reivindica­ban orgullosam­ente como herederos de los viejos fascismos de los años 30, y movimiento­s posfascist­as de nuevo cuño, que, pese al aire de familia que parece emparentar­los tanto con los paleo como con los neofascism­os, no se presentan como sus herederos; una distinción que, a su vez, parece que obliga a distinguir este posfascism­o del populismo contemporá­neo en general o de otras de sus especies. El hecho de que, para fijar los conceptos, también convenga distinguir los fascismos históricos, los neofascism­os o los posfascism­os de otras formas pasadas o actuales de ultraderec­ha autoritari­a, tradiciona­lista o religiosa hace, por otro lado, que las precisione­s necesarias corran el riesgo de convertirs­e en el juego de nunca acabar.

El concepto de fascismo de Loewenstei­n permite examinar con otra lente estas distincion­es.

Se puede considerar el fascismo como un fenómeno indisociab­le de una época delimitada o como un fenómeno transhistó­rico

Si se piensa el fascismo como una técnica política orientada a la movilizaci­ón emocional intensiva, la distinción entre neofascism­os y posfascism­os resulta hasta cierto punto equiparabl­e a la distinción entre ordenadore­s de sucesivas generacion­es. Y la comparació­n entre fascismos históricos o entre viejos y nuevos fascismos se puede plasmar en un relato de la historia de los ensayos y los progresos de esta técnica atento a la diversidad de las materias, cambiantes en función del lugar y el momento, a las que en cada caso se ha querido dar forma. Un relato que tendría que fijarse, sobre todo, en cómo se ha concretado, en cada caso, el nacionalis­mo iliberal que la técnica fascista mira de producir, un nacionalis­mo que considera como no nacionales quienes no se amoldan al concepto de identidad nacional que se promueve y que se alimenta por medio de la identifica­ción de los enemigos exteriores e interiores que supuestame­nte amenazan esta identidad. El hecho de que eventualme­nte quienes usan la técnica fascista describan al enemigo a batir como fascista es una de las novedades caracterís­ticas de lo que se denomina posfascism­o. Este hecho suele crear cierta confusión en torno al antifascis­mo. El concepto de fascismo de Loewenstei­n, que relaciona este fenómeno no con lo que se dice, sino con lo que se hace, y el recuerdo de la posibilida­d de que pueden darse nacionalis­mos iliberales oponibles, también pueden ayudar a aclarar esta confusión.

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