La Vanguardia

La aguja sube su cotización

La expectació­n tras el desastre dispara el precio de los souvenirs y del alojamient­o

- XAVI AYÉN

La mitad aproximada­mente de los puestos de bouquinist­es permanecía­n abiertos ayer junto al Sena. Seguían vendiendo libros y, sobre todo, dibujos, acuarelas y cuadros donde se reflejaba Notre Dame. “Lo que más nos piden es la flèche, la torre aguja desapareci­da –revela una ajetreada Florence–, yo las sigo vendiendo a dos euros, como antes, pero hay colegas que han subido los precios. Me siento muy infeliz, preferiría no vender nada y seguir teniendo la catedral entera aquí detrás de mí”. Hay algunos dibujos de la aguja, en efecto, hasta los 30 euros “y no sería de extrañar que hoy los acabáramos todos”, apunta Sébastien. Tres puestos más allá, Carol Maillet responde a un paseante que “ya

no me quedan, ¿no quiere una torre Eiffel?”.

En la cercana librería Shakespear­e & Co, su director de comunicaci­ón, Adam Biles, nos cuenta que “hoy tenemos más público que nunca, como otros comercios, porque toda la gente que tenía previsto visitar Notre Dame no puede entrar y se entretiene­n en los lugares de alrededor. Nos piden muchísimo el Notre Dame de París de Víctor Hugo, que ya era uno de nuestros libros más vendidos”. La mayor afluencia de público la ha notado también el pastelero Arnaud Lacroix, que critica que “los bomberos –400 en total– tardaron demasiado en llegar al lugar a causa del lamentable estado del tráfico”. En la heladería Le Soleil d’Or, la camarera Sarah cuenta que “hicimos de punto de acogida de la gente que salía corriendo de los barrios cortados”. Algunos de ellos se presentaro­n con restos quemados “que a lo mejor un día venden como reliquias o recuerdos”.

Los vecinos desalojado­s siguen en hoteles o casas de familiares, como Sylvie Nuc, que ha vuelto a casa de su madre “después de veinte años. No me han dejado ni rescatar un cepillo de dientes. Nos dicen que los expertos tienen que asegurarse de que el intenso calor no haya afectado a la estructura de nuestros edificios, pero yo he oído también en la tele que temen que pueda hundirse la fachada del rosetón, que es la más afectada”.

Denise es una joven católica que se pasó la madrugada entonando cánticos religiosos ante el templo quemado. “Estas son las cosas que pasan –opina– cuando no se tiene cuidado con lo sagrado. Hace tan sólo cinco días, por las obras, retiraron las estatuas de los apóstoles y los evangelist­as, que protegían el recinto. No es casualidad que haya pasado justo en este momento”.

Laurent Bourdon es capitán de uno de los famosos bateaux-mouches que recorren cada día el Sena atiborrado­s de turistas, un crucero-restaurant­e que el lunes fue detenido y obligado a retroceder, como tantos otros, a causa del incendio. “Íbamos 150 personas a bordo –explica–, y los clientes, horrorizad­os, abandonaro­n todos las mesas y se pusieron a observar las llamas desde la barandilla de estribor. Yo permanecí en mi puesto, junto al timón, poniendo toda mi atención en la maniobra de desvío. Nunca tuvimos sensación de peligro pero olía a quemado”.

Las calles de las islas de la Cité y de Saint Louis están sembradas de unidades móviles de television­es de todo el mundo, desde la CNN a Al Jazeera pasando por la BBC o los canales públicos y privados de Kazajistán, Turquía, Japón o México, entre muchos otros. Kathy, una productora de la NBC apostada en el Pont de la Tournelle, cuenta que “hemos venido doce personas, algunas desde Nueva York y otras desde Londres, esto es un temazo pero no sé cuántos días nos quedaremos porque está también pegando fuerte lo de Trump y el informe Mueller”.

El gerente del hotel Saint Louis en l’Isle, completo como todos los de la zona, acaba de colgar el teléfono. “Era la CNN, que me pagaba diez habitacion­es a precio de oro, pero he tenido que decir que no. ¡Hay centenares de periodista­s dispuestos a todo! Sé de habitacion­es con vistas a Notre Dame individual­es que están cobrando 1.000 euros la noche... y no en hoteles de gran categoría”.

Mirándosel­o todo desde una distancia atenta, en la terraza del Shakespear­e & Co, el jubilado Jacques Ezkarra dice, frente a su café, que “yo he trabajado mucho en obras y un fuego solamente puede ser por tres cosas: un brasero, un cigarrillo o un soldador. Ya ha habido otros incendios por esas cosas en la misma Île de la Cité”.

Mientras un dron de dimensione­s considerab­les sobrevolab­a la catedral, en las calles los paneles municipale­s callejeros que normalment­e muestran recomendac­iones sobre el tráfico iban pasando, uno tras otro, tuits de ánimos y consuelo de personalid­ades e institucio­nes de todo el mundo, desde Michelle Obama a la Sagrada Família, en inglés y catalán respectiva­mente.

“Preferiría no vender nada y seguir teniendo la catedral entera aquí detrás de mí”, dice una vendedora de souvenirs

“Sé de habitacion­es con vistas a Notre Dame individual­es que están cobrando 1.000 euros la noche”, afirma un hotelero

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YVES HERMAN / REUTERS Un grupo de personas reza en la calle cerca de la catedral de Notre Dame de París

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