La Vanguardia

Los titanes del lujo francés lideran la carrera de donantes

Ayer ya se superaban los 750 millones de euros para la reconstruc­ción

- ÓSCAR CABALLERO

Notre Dame perdió el lunes su aguja. Pero la otra, por cuyo ojo intentará pasar el camello, está muy ocupada: los ricos hacen cola para donar millones. Bernard Arnault, primera fortuna de Francia y patrón de la mayor multinacio­nal del lujo (LVMH), ofreció, cuando las llamas aún ardían, 200 millones de euros para la reconstruc­ción.

La cara tiznada por el humo, el rector de Notre Dame, si escuchó aquello, habrá torcido el gesto. En fin, aunque lo negaría incluso frente a los jueces de la Inquisició­n revivida, monseñor Chauvet encenderá una vela a la chispa que provocó el incendio. Porque llevaba años de mendigo, de una asociación estadounid­ense a otra –en Francia no tenía eco–, para conseguir 150 millones de euros. Era el presupuest­o de las obras, urgentes y elementale­s, de un monumento en perdición. Y bastó el vídeo del derrumbami­ento de la aguja para que le prometiera­n de entrada 100 millones más.

Ignoraba tal vez que detrás de tal donativo flotaban viejos rencores. Se sabe que los millonario­s son como niños, que juegan a la guerra sin riesgo de su vida. El gesto de Arnault respondía, en cuestión de minutos, al de su enemigo del alma, François Pinault, tercera fortuna de Francia (pero primer coleccioni­sta europeo, privado, de arte contemporá­neo).

La familia Pinault se adelantó con una promesa de 100 millones. ¿Qué menos que multiplica­rla por dos, para que vean?

Atención: a pesar de que, como Arnault abre en el 2020 su hotel de lujo, Cheval Blanc, frente al Sena (antiguo gran almacén La Samaritain­e) Pinault prestó costosas obras de arte moderno al restaurant­e de su amigo Guy Savoy, al otro lado del río, una paz formal fue firmada el 30 de septiembre del 2014, a instancias del hoy difunto millonario belga Albert Frères.

Aquel día, Arnault invitó a Pinault a visitar en privado, antes de la inauguraci­ón, su Fundación Louis Vuitton, nave espacial de Frank Gehry en los umbrales del Bois de Boulogne. Debería haberla precedido, cerca de allí, la fundación del propio Pinault, quien aburrido de lentitudes burocrátic­as e invitado por el alcalde de Venecia, la deslocaliz­ó en dos palacetes frente al Gran Canal.

El enfrentami­ento comenzó el 19 de marzo de 1999 por un quítame de

El rector de Notre Dame llevaba años mendigando sin éxito 150 millones para la restauraci­ón

allí ese Gucci, que finalmente se quedó Pinault. Luego, hasta cien marcas del lujo irán a uno o a otro, en un Monopoly de verdad. Como Pinault adquirió Christie’s, primera casa de subastas, Arnault se enredó con la compra de una secundaria, Philipps y otra francesa, Tajan. Para superar en facturació­n a Christie’s garantizó un mínimo por las obras a subastar. Perdió millones. Terminó por abandonar.

El autodidact­a Pinault también lo es en pintura: compra por instinto, y lo hace bien. Heredero con diplomas, Arnault tiró de expertos para hacerse coleccioni­sta. Y el cuarto de siglo de guerra hizo que los marchantes se frotaran las manos. Como cuando Niarchos y Onassis pujaban por cada cuadro, subía el precio y recortaba el aprecio.

“La compra venta de arte es demasiado irracional para mí. La irracional­idad está bien para la creación, no para los negocios”. Así tiró la toalla, en el 2002, en una entrevista­a Le Monde, un Arnault sobrepasad­o. Un año antes, su rival había ironizado, en público, ¿a que no viene aquí a buscarme las cosquillas? Aquí era la descarga pública de Sicilia, un basural de Bellolampo, colina que domina Palermo. Pinault financió la instalació­n de Maurizio Cattelan, un inmenso cartel: “Esto es Hollywood”. Bajo el cartel, servidos por un espléndido catering, pero tapándose la nariz, los 150 principale­s coleccioni­stas de arte del mundo jugaron al picnic.

En fin, la prensa destapó en noviembre que por un juego impositivo –“legal, pero no moral”– Arnault endosó a Francia el 60% de los 790 millones de euros que costó, y no a él como se ve, la Fundación Vuitton. Al mismo tiempo, Pinault proclamaba no querer dinero público para su fundación –firmada por Tadao Ando– que abrirá en el corazón de París el año que viene. “El Estado –dijo– no tiene por qué financiar mis caprichos de coleccioni­sta”.

En fin, tras Arnault y Pinault se han apuntado la familia Bettencour­t Meyers (L’Oreal) y el productor de petróleo Total, con 100 millones de euros cada uno... y así más millonario­s con cifras inferiores. En todas, ya llevamos más de 750 millones de euros.

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KAMIL ZIHNIOGLU / AP Bomberos inspeccion­ando ayer el estado en que ha quedado Notre Dame

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