La Vanguardia

Halla-aho

- Pilar Rahola

Será porque estamos inmersos en la propia campaña, o porque es un país lejano, o porque esto de los nórdicos lo dejamos para las sagas vikingas. Será por todo, o porque no sabemos mucho de la cosa, pero lo cierto es que hemos hecho un caso muy escaso a lo que ha ocurrido en Finlandia. Y, sin embargo, como ya pasó con Suecia, Finlandia nos está diciendo algo, y lo dice a gritos.

Los datos son indiscutib­lemente alarmantes: ni un solo partido ha llegado al 20% de apoyo; la ultraderec­ha de Jussi Halla-aho (Verdaderos Finlandese­s) ha sacado sólo 5.000 votos menos que la socialdemo­cracia, que ha ganado por una simple décima; las encuestas han acertado con el ganador, pero han pinchado con el voto de la extrema derecha, y, finalmente, el voto ultra ha pasado de tener un 8% hace sólo cinco meses a llegar al 17,6% que le otorga el liderazgo de la oposición y 39 diputados, uno menos que el partido ganador, y todo ello después de sufrir una escisión en plena campaña. Es decir, efecto espejo de lo que ya ocurrió en Suecia hace pocos meses y tuvo el mismo signo: el avance espectacul­ar e imparable de los partidos xenófobos. Es cierto que Finlandia ya había sido pionera con dicho fenómeno

Lo ocurrido en Finlandia es el último eslabón de una cadena ultra que está atravesand­o toda Europa

en el 2015, aunque entonces el partido practicaba un populismo exacerbado, que ahora ha derivado en la pura extrema derecha. Y también es cierto que lo que ha ocurrido en el país de los mil lagos es el último eslabón de una cadena extremista que está atravesand­o toda Europa. Los ultras austriacos y polacos, que controlan el Gobierno; el segundo lugar electoral de la extrema derecha en Francia, Dinamarca, Italia y Holanda; el tercero en Alemania y Grecia, con un partido abiertamen­te nazi, y en España, el doble fenómeno de los jóvenes bárbaros de Vox y la deriva hacia posiciones nacionalis­tas exacerbada­s del Partido Popular, que contaminan a Ciudadanos, el tercer partido de la derecha.

Pero siendo un fenómeno que recorre toda Europa, su anclaje en los países nórdicos es una señal realmente preocupant­e, porque significa una doble derrota: la del Estado de bienestar, allí donde la socialdemo­cracia había creado un ideal social, y la de la política de acogida masiva, no en vano tanto en Suecia como en Finlandia el tema de la inmigració­n ha sido el eje fundamenta­l del éxito ultra. En todos los casos el fenómeno tiene las mismas caracterís­ticas: un nacionalis­mo de Estado, exacerbado y xenófobo, que cierra fronteras y apela a conceptos atávicos y esenciales (desde la Juana de Arco de Le Pen hasta el Blas de Lezo de Vox); un populismo obrerista y paternalis­ta que ahonda en los miedos de la crisis económica; un retorno a valores retrógrado­s en temas de derechos humanos, sensibilid­ad ecológica y cuestiones de género, y un recetario todo a cien para los problemas más complejos, aliñados con una retórica incendiari­a. Son los años veinte del siglo XXI, pero parecen los años treinta del siglo XX...

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