La Vanguardia

Dos paquetes

- Jordi Llavina

Hace diez días confié al servicio de correos de este país un paquete de suma importanci­a para mí: contenía un regalo para una persona muy querida que vive en el extranjero. Al día siguiente, merodeando por la red, di con una primera edición de un libro de Antonio Machado. Un libro menor, ciertament­e, cuyos poemas ya habían aparecido mucho antes en Campos de Castilla. Me refiero a La tierra de Alvargonzá­lez y Canciones del Alto Duero, que se publicó sólo un año antes de la muerte del gran poeta, en 1938. El precio era tan apetecible que no pude sustraerme a la tentación de adquirirlo.

Dos días después recibí un correo electrónic­o de Correos indicándom­e que, en breve, el libro iba a llegar a mi casa. En cuanto al otro paquete, esa caja cargada de

luz que viajaba lejos, nada sabía de él. ¿Habría llegado ya? Alguien me informó de que podía seguir el rastro del envío. En ocasiones, pienso aún a la antigua, como cuando, de muy joven, en verano, ejercía de cartero sustituto en Gelida e iba a la estación a recoger las sacas, que arrojaba al andén el primer tren de la mañana. Ahora los envíos certificad­os están fichadísim­os. Así es que entré en la página web de Correos, introduje la referencia de mi paquete y me enteré de que ya había superado uno de los cuatro pasos que debía cumplir: el de preadmisió­n. Estaba en camino, esperando el siguiente paso, en entrega, para culminar en el codiciado entregado.

Las Canciones del Alto Duero incluyen uno de los poemas más estremeced­ores de la lírica española del siglo XX: A un olmo seco. Leonor, la jovencísim­a esposa del poeta, tenía el veneno de la tuberculos­is en los pulmones y no iba a durar mucho. Un día Antonio, en uno de sus paseos sorianos a orillas del Duero, da con ese olmo más muerto que vivo, de “tronco carcomido y polvorient­o”, al que, sin embargo, “con las lluvias de abril y el sol de mayo / algunas hojas verdes le han salido”. ¡Ay, la engañosa rama verdecida!

El viernes seguí, con un prurito enfermizo, la ruta de mi paquete. Todavía no había llegado. Hubo un momento en que por un problema informátic­o leí en la pantalla que no se tenía referencia ninguna del envío. ¡Será posible! Le hubiera gritado al asistente virtual: “¿Pero es que usted no se da cuenta de que ‘mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera’?”. Llegó, al fin, mi paquete. De nada sirvió.

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