La Vanguardia

El AVE de los ociosos

- Joaquín Luna

He gozado de un descubrimi­ento: existe un AVE de Madrid a Barcelona para ociosos. Sale a las doce y media del mediodía y llega tres horas más tarde a su destino, cuando ya no hay ninguna posibilida­d ni de almorzar con un cliente cejijunto ni de visitar una fábrica química. Hay alternativ­as pero ninguna decente...

Regresaba el lunes de Madrid y sólo quedaban billetes de preferente. Pensé que podría coincidir con algún famoso al que sonsacar una exclusiva, ilusión que se esfumó nada más entrar en el vagón. Un soldado británico, vecino de asiento, se ofendió cuando le pregunté si viajaba por negocios o turismo –¡él era un viajero!–, un señor que venía a tomar una copa con un amigo a las siete y a cenar en la Barcelonet­a con un matrimonio a las nueve –hablaba alto–, una ejecutiva emperrada en trabajar que bajó en Lleida y cuatro turistas de Hong Kong inusualmen­te discretos.

Yo ya sé que definirse como ocioso –laboral, sexual o conyugal– tiene mala prensa en España aunque esté en peligro de extinción y penalizado por el lenguaje. Quizás no sea azar, porque si hubiese palabras positivas como “practicant­e del dolce far niente” o flâneur, el ocioso indígena se vendría arriba y ascendería a perezoso, de ahí a vago y terminaría su carrera de maleante, atracando sin arma blanca ni de fuego al primero que se le pusiese por delante, sin importarle si se trata de un policía municipal o una bloguera antifascis­ta.

El AVE que sale de Madrid a las 12.30 h para en Zaragoza y Lleida y no está hecho para los hombres y mujeres que levantan este país todos los días laborables pero es ideal para los amigos del ocio pasivo, tan distinto del ocio activo que estos días se lleva: parejas

El tren sale a las 12.30 h de Madrid, parte el día y es perfecto para no almorzar con clientes ni ver fábricas

estresadas en los aeropuerto­s, familias urbanas hacinadas en alojamient­os rurales y el rito social de reabrir o cerrar las segundas residencia­s, un castigo de dios como casarse, nacer árbitro u otro cualquiera.

El viaje fue perfecto porque el soldado británico no me explicó su vida y sólo pidió que le recomendar­a un restaurant­e en Zaragoza. Ofrecían la prensa en un carrito, estampa vintage más propia de los aviones del siglo XX. Y nos dieron alpiste con su menú aunque no había elección, otra deferencia si tenemos en cuenta que es el AVE de los ociosos, a los que tanto les da una carrillera de segundo como una tortilla a la francesa.

El ambiente en el vagón era de pachorra civilizada porque los ociosos tienden a la educación, la contemplac­ión del paisaje y el respeto al descanso del vecino a pesar de que la sociedad jalee a quienes madrugan y toman los AVE de primera –o última– hora, se enervan rápido y meten el codo en falta a la hora de ganar el pasillo y salir los primeros.

El AVE Madrid-Figueres de las 12.30 h llegó incluso puntual, un detalle irrelevant­e para sus pasajeros.

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