“Tengo un poema”
Leo Messi, golpeado en la cabeza y seguramente por eso desconocido en Manchester, tenía reservada su enésima exhibición para ayer en el Camp Nou y condujo muy pronto a su equipo a las semifinales de la Champions. Es de suponer que tenía prisa, porque llegados a este punto habrá que convenir con unanimidad que el argentino, además del balón, domina también el tiempo.
Fresco de piernas porque las ha descansado mucho esta temporada, Messi inició la función marcando un primer gol ordinario para él, aunque extraordinario para cualquiera: antes de conectar un disparo muy suyo desde la frontal del área que siempre va fuerte y dirigido a la base del poste, le hizo una sotana a Fred que provocará sonrisas por todos los rincones del mundo donde se repartan los resúmenes televisivos. Messi, cuando no se le tiene delante como adversario, contagia alegría. Es así. Más allá de un segundo tanto que se tragó De Gea, el diez del Barça estuvo a la altura de su dorsal, se pasó la noche generando fútbol en cada acción, regateando en espacios inverosímiles, rebosando pasión por su oficio.
Acaso por la repetición de sus fantásticos despliegues, tendemos a inanimar a este deportista, le hemos conferido tantas propiedades no terrenales a partir de nuestras barrocas definiciones, que si extraterrestre, que si semidios por no decir Dios (hasta Évole le preguntó al mismísimo Papa por el tema), que nos hemos olvidado de que no es así.
Este chaval iba cogido de la mano de su abuela a entrenar en Rosario siendo un retaco. Su extraordinaria evolución hacia el fenómeno en que se ha convertido hoy es obra suya, tremendamente humana aunque no lo parezca. En el viaje, eso sí, le ha acompañado el Barça, el club perfecto para salvaguardar y ampliar las condiciones de su ascensión.
Hay una magnífica película pequeña estos días en la cartelera, titulada La profesora de parvulario, en la que un niño de 5 años va soltando poemas existenciales de gran profundidad intelectual como quien dice la tabla del dos. “I have a poem”, dice de repente con los ojos mirándose a los pies, distraído sin darse importancia ni ser consciente de lo mucho que transmite. La maestra, frustrada por lo que quiso ser y no fue, ve en el renacuajo la oportunidad de vivir algo distinto, se siente de repente pegada a un Mozart de la poesía. Uno, que por deformación profesional lo lleva todo a su terreno, ve en el niño protagonista, de cuerpo menudo y pelo revuelto, a aquel Messi rosarino diminuto convertido en la actualidad en un futbolista único, capaz de solucionar prácticamente solo un partido de inicio torcido, que con cada gol repite el ritual de levantar la vista al cielo para recordar precisamente a su abuela. Messi es muy de carne y hueso aunque nos empeñemos en pensar y decir lo contrario porque, en realidad, somos como la profesora, queremos ver en este tipo que lo inalcanzable es cosa de superhéroes, de seres prodigiosos tocados por un don especial.
Introvertido, lo que le confiere mayor misterio, seguimos a Messi porque nos avisó en verano de que esta temporada iría expresamente a recuperar la Champions. Desde que lo dijo se le dio al asunto categoría de mandamiento cuando en realidad lo que hizo fue probablemente expresar un deseo, aunque dicho por él suene de otro modo porque todo parezca posible. “I have a poem” (“tengo un poema”), nos susurra Messi. Y le creemos siempre.
Messi dijo que este año su equipo iría a por la Champions y todo el mundo le creyó