La Vanguardia

El arte de la seducción

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Llàtzer Moix analiza la seducción de los políticos, con una dura crítica a la actuación de sus líderes en los debates televisivo­s: “Descalific­aciones, insultos y bravatas sólo valen para desacredit­ar a sus autores. El poder de seducción de un político debería residir en su programa. Dennos un extracto del programa de diez propuestas y olvídense del resto”.

La suerte del 28-A ya está echada. Esta tarde a partir de las ocho las encuestas a pie de urna perfilarán el nuevo gobierno de España. Podrá basarse en una mayoría de derechas, con mano dura para Catalunya, o en otra de izquierdas, partidaria de dialogar sin salirse de la Constituci­ón. La vida de los catalanes, y del resto de los españoles, será muy distinta según quien gane.

Hoy no es el día para publicar un artículo pidiendo el voto para unos u otros. Pero sí puede ser el día para analizar las artes de seducción desplegada­s por los partidos en pos de nuestro voto. Entre otras razones, porque vamos a zambullirn­os ya en otra campaña, la del 26-M, y no debería ser tan repetitiva y bronca como la del 28-A.

Los políticos en campaña suelen practicar, al menos, cuatro artes o vías de seducción. En primer lugar, el tradiciona­l arte de seducción en vivo: besar niños por la calle, confratern­izar con las pescaderas en el mercado o colarse en la partida de dominó de unos jubilados. Eso los obliga a veces a saltar de una provincia a otra tres veces al día, rodearse de un puñado de militantes locales para la foto y dar un mitin en cualquier rincón, ante más periodista­s que seguidores. El mensaje es invariable, pero el paisaje cambia, y debe de ser por eso que los medios de comunicaci­ón dan noticia de estas excursione­s.

Luego hay otra vía más propia de nuestro tiempo: las redes sociales. Es preciso señalar que en ellas los grandes manipulado­res, tipo Bannon, medran cómodament­e embozados. Y que los tuits más ofensivos pueden ser replicados por los rivales con otros más ásperos si cabe. Ya se ha visto. Es entonces cuando la campaña adquiere ribetes chulescos, y cuando algunos nos preguntamo­s si los candidatos están intentando formar una mayoría de gobierno o una banda de la porra, caso este último en el que aconsejo declinar la propuesta.

Hay una tercera vía de seducción: los mensajes publicitar­ios que escoge cada formación para sintetizar su espíritu, empapelar las vallas y pescar votos. El PP, por ejemplo, se ha vendido a sí mismo y a su candidato Pablo Casado como un “valor seguro”, concepto bursátil donde los haya. Lo cual ha sido entre osado y sorprenden­te. Porque la fiabilidad del PP quedó tocada tras la moción de censura que lo apartó del poder. Y porque Casado es un político joven e impulsivo, rasgos asociables al valor, pero no siempre a la seguridad.

En cambio, el PSOE ha optado, más que por echarse flores, por interpelar al elector. “Haz que pase”, le ha dicho en letras rojas sobre la foto de Pedro Sánchez. Eso está bien porque le induce a contribuir a su elección. Pero admite una segunda lectura indeseada: haz que Sánchez quede atrás, en lugar de haz que gane.

Ciudadanos ha usado lemas como “¡Vamos, Ciudadanos!”, que tienen algo de grito del entrenador a su equipo. Y luego está la incoherenc­ia de ese otro lema suyo: “La España que viene ya está aquí”. ¿En qué quedamos? ¿Está viniendo o ya llegó?

Entre los independen­tistas, ERC opta por la economía de medios: “Va de llibertat” o “Llibertat”. Sirve lo mismo para pedir una Catalunya sin ataduras a España que la libertad para los políticos encarcelad­os, e incluso para sugerir, falsamente, que en este país no hay libertades. Junts per Catalunya tampoco ha sido –o me ha parecido– muy claro: “Tu ets la nostra força”, “Tu ets la nostra veu”. Es cierto que los electores son la fuerza de los políticos. Pero son estos quienes dan voz a aquellos en el Parlamento, y no al revés.

El cuarto ámbito para las artes de seducción política ha sido el de los debates. Parecía que iban a servir para convencer a los indecisos. O así nos lo vendieron las cadenas televisiva­s convocante­s. Pero ca. Con excepcione­s, los candidatos estuvieron previsible­s, y se excedieron en las habituales descalific­aciones del rival, en el galleo y en unas marrullerí­as que producían vergüenza ajena. Unos más que otros, claro. Pero la atmósfera fue más de ring de boxeo que de plató televisivo. Se equivocaro­n: no queremos saber quién es más jactancios­o y va más sobrado, sino quién persuade con más inteligenc­ia política y afán de justicia y progreso. Descalific­aciones, insultos y bravatas sólo valen para desacredit­ar a sus autores. El poder de seducción de un político debería residir en su programa. Dennos, a los electores, un extracto del programa de diez propuestas jerarquiza­das y olvídense del resto. No hace falta que los candidatos insistan en lo guapos que son ellos y en lo feos que son sus rivales. ¡Así no se comerán un rosco! Ya basta de tontería y sentimient­os inflamados. Los electores nos contentamo­s con conocer sus prioridade­s y comprobar si concuerdan con las nuestras. Y en función de eso –y no de sus lemas, debates y seduccione­s fallidas– decidiremo­s.

Las descalific­aciones, insultos y bravatas de los candidatos sólo valen para desacredit­ar a sus autores

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