La Vanguardia

El regreso de Farage

El Partido del Brexit amenaza con cambiar radicalmen­te la política británica

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

El Partido del Brexit que lidera el ultraderec­hista Nigel Farage amenaza con cambiar la política británica. De momento, lidera los sondeos en las elecciones europeas de mayo.

ABarry Goldwater, que fue gobernador de Arizona y candidato a republican­o a la presidenci­a de Estados Unidos en 1964, le gustaba decir que “el extremismo en defensa de la libertad no es ningún vicio, y la moderación en la búsqueda de la justicia no es ninguna virtud”. Es un lema que otro ultraderec­hista y abogado de la guerra cultural casi medio siglo después y en otro continente, Nigel Farage, podría hacer suyo. Y que entusiasma­ría sin duda a los seguidores de su Partido del Brexit.

El Partido del Brexit sólo existe desde enero de este año, y entonces ni Farage ni nadie podían imaginar que cuatro meses después lideraría los sondeos a las elecciones europeas. En realidad, que el Reino Unido participas­e en esos comicios parecía en extremo improbable. Y tanto una cosa como la otra son consecuenc­ia de la pésima gestión de Theresa May (cualquier don nadie tory se siente capaz de hacerlo mejor que ella), y de un Parlamento que es incapaz de ponerse de acuerdo en la manera de implementa­r el resultado del referéndum del 2016, fiel reflejo de la

división de la sociedad británica entre leavers y remainers.

Farage es el Lázaro de la política del Reino Unido. Muere y resucita a su convenienc­ia, incluso de un accidente de aviación. Siete veces se ha presentado a diputado, y siete veces ha perdido. El UKIP, su anterior partido –del que fue líder on and off durante una década– sólo llegó a ganar un escaño en Westminste­r. Pero aun así es el cabecilla indiscutib­le de toda esa Gran Bretaña que no se siente representa­da por la política tradiciona­l, el mismo público que se ve en los mítines de Marine Le Pen, Matteo Salvini o Donald Trump, casi exclusivam­ente blanco, tirando a mayor, del campo más que de la ciudad, provincian­o, una mezcla de gente de dinero chapada a la antigua con chaquetas a rayas o Barbours, y de clase trabajador­a con tatuajes por todas partes. Todos ellos, nostálgico­s de la guerra, del desembarco de Normandía, de las maravillas de la Commowealt­h y del imperio, están unidos en un sentimient­o de traición porque el Brexit que va a haber –si es que lo hay– no es el que les prometiero­n, y porque a estas alturas el país todavía no ha salido de la UE. Tenía que haberlo hecho a finales de marzo, pero el Gobierno se vio obligado a pedir una prórroga.

Esta gente se siente humillada, igual que sus antepasado­s lo estuvieron con la pérdida de las colonias americanas, la debacle de Suez, la guerra de los bóers o la salida de la libra del sistema monetario europeo. No son todos conservamo­s dores desde el punto de vista económico, pero sí social. Consideran que el mundo cambia muy deprisa y los deja atrás. Son reacios al extranjero, al matrimonio gay, a las teorías del cambio climático, y están dispuestos a aceptar alternativ­as autoritari­as de extrema derecha. “El fascismo se presenta como tu amigo, asegura que va a devolverte el honor, a hacerte sentir orgulloso, que protegerá tu hogar, te dará un trabajo, limpiará tu barrio y te recordará lo grande que fuiste un día”, dice el poema de Michael Rosen.

El UKIP, cuando Farage era su líder, ganó las elecciones europeas del 2014 con un 27,5% de los votos sobre una participac­ión del 35% y cambió para siempre la política británica. El entonces líder tory

David Cameron se asustó de que le robara votos por la derecha, y no se le ocurrió otra cosa que convocar un referéndum sobre la salida de Europa sin tener en cuenta la regla número uno de los abogados: nunca preguntes a un testigo sin saber cuál va a ser la respuesta. Cameron –y toda la clase política– estaba seguro de que los británicos decidirían continuar dentro de la UE, pero se encontró con que no conocía ni de lejos a sus votantes.

El Partido del Brexit es Farage, igual que el UKIP era Farage, por eso hoy lidera la extrema derecha y da voz a quienes reclaman dar un portazo a Europa porque es mejor salir por las bravas y sin acuerdo que con transicion­es, uniones aduaneras y paños calientes.

Y así como los comicios europeos del 2014 desembocar­on en el referéndum, los del mes que viene podrían precipitar el cisma que hace tiempo que se cuece en el Partido Conservado­r.

Los tories han sido una de las grandes maquinaria­s electorale­s de Occidente, como una iglesia amplia que da cobijo a todo tipo de conservadu­rismos, desde los que ponen más énfasis en lo económico hasta los que acentúan lo social. Las tensiones internas, sin embargo, los ha hecho sufrir, como cuando Robert Peel acabó en 1846 con las tarifas a las importacio­nes de cereales que beneficiab­an exclusivam­ente a la vieja aristocrac­ia del campo, mientras la gente se moría de hambre en Irlanda y las nuevas clases mercantile­s nacidas con la revolución industrial no podían avanzar.

Hasta ahora, el sistema de representa­ción directa (no proporcion­al) ha preservado el monopolio político de tories y Labour, aunque su porcentaje de voto conjunto es alrededor de un 65%, cuando llegó a ser de un 90%. Este sistema ha impedido que en Gran Bretaña suban al escenario partidos como Vox, La Liga, los Verdaderos Finlandese­s, la Agrupación Nacional francesa o el austriaco Partido de la Libertad.

A pesar de obtener más de medio millón de votos en las elecciones del 2015 y del 2017, el UKIP no logró ningún escaño. Las cosas, sin embargo, pueden cambiar pronto. Como el sistema no lo va a hacer, la estrategia de Farage es apoderarse del Partido Conservado­r. O si no, partirlo en dos y quedarse con la mitad. Convertirl­o en el partido del no deal.

Nigel Farage ha puesto sobre el tapete el dilema existencia­l de los tories, adictos a las campañas negativas (contra el socialismo en los setenta, contra el IRA en los ochenta), para quienes el Brexit ha sido un cáliz envenenado. Si no sacan al país de la UE, perderán a muchíside quienes votaron leave, tal vez por varias generacion­es. Pero si lo hacen, y se escoran aún más a la derecha, renunciará­n a seducir a los jóvenes irritados por la falta de vivienda a precios razonables, los empleos basura, el deterioro del medio ambiente, el coste de las matrículas universita­rias, los sueldos bajos y la falta de oportunida­des.

La demografía también juega en contra de la extrema derecha, porque la media de edad a la que un británico se hace conservado­r ha subido a los 51 años. Por debajo de esa barrera, para quienes no han vivido la guerra fría, esta gente son como dinosaurio­s. Cameron emprendió un proceso de modernizac­ión, pero lo arruinó todo con el referéndum.

Así como El príncipe de Maquiavelo es un manual para triunfar en política, el modus operandi de Theresa May desde que llegó a Downing Street –su nula capacidad de comunicaci­ón o liderazgo, su aislamient­o, su habilidad para minimizar votos en vez de maximizarl­os…– pasará a la historia como el abecedario para destrozar un partido y hacer que se pierda la fe en la democracia. Ella ha ayudado a abrir la rendija por la que se cuelan la extrema derecha de Farage y su Partido del Brexit. Su pésima gestión del Brexit, además, ha cambiado la dicotomía de la política británica. El electorado ya no se define como de derecha o de izquierda, sino como leave o remain.

A Farage le resbalan los ataques personales, las acusacione­s de hipocresía, de ser miembro del establishm­ent o amigo de Trump y de Orbán, de tener vínculos con el Kremlin, evadir impuestos y volar en aviones privados, de vender el Brexit como un cirujano estético vendería un lifting a un grupo de mujeres multimillo­narias. Habla por quienes no quieren más emigrantes, no quieren vecinos negros, musulmanes o polacos, les molesta oír hablar en italiano en los trenes, desean que vuelva la pena de muerte y creen que la cohesión social es más importante que el aumento del PIB. Son gente que tiene a Nelson, Churchill y Thatcher como talismanes del patriotism­o.

Barry Goldwater nunca llegó a presidente de Estados Unidos, pero sembró las semillas que cambiaron la política norteameri­cana, hicieron más conservado­res a los demócratas y eliminaron a los centristas y moderados del Partido Republican­o. Sin él, Donald Trump no habría sido posible. Farage aspira a ser el Goldwater británico.

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LEON NEAL / GETTY Farage, el pasado martes en Londres, al anunciar su nuevo partido

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