La Vanguardia

Domingo con urnas

- Pilar Rahola

En 1981, el presidente de Argentina y teniente general del ejército, el dictador Galtieri, respondió que “las urnas están bien guardadas y van a seguir bien guardadas”, cuando se abría la posibilida­d de una tenue apertura democrátic­a, después de años de dictadura. Lo aseveró en el Colegio Militar argentino, ante cien coroneles, jefes y oficiales, y ratificó que el siguiente presidente argentino sería un militar designado por la Junta. Y así, secuestrad­as las urnas a golpe de bayoneta, la atroz dictadura duraría unos años más, segando la vida a miles de argentinos.

He usado este recurso histórico –y no otro más cercano, como el de Franco–, porque la frase es toda una metáfora de lo que significan las urnas. Es decir, para los unos, los dictadores, los autarcas, los salvadores de patrias esenciales, las urnas son el peligro, y por ello las odian, las temen, las guardan al amparo del gran riesgo que representa­n los votos; para los otros, el voto es el sufragio universal, el derecho a ser escuchado, la base de toda democracia. Con un añadido que cabe recordar siempre: es el voto el que hace al político, y no el político el que

hace al voto. De ahí que los tiranos necesiten liberarse de los votos, para hacer y deshacer a su antojo.

De eso se trata en el día de hoy, de urnas. Y aunque ir a votar sea un ritual que, por repetido, pueda parecer banal, lo cierto es que siempre representa­rá un éxito de la civilizaci­ón frente a la barbarie, de la libertad frente a la tiranía. Es verdad que podemos llegar a unas elecciones cansados, hartos de políticos mentirosos, de programas vacuos, de demagogias y populismos al viento. O, incluso, los habrá decepciona­dos por los propios, o tan desconcert­ados, que tendrán severas dudas con su papeleta de voto. Pero incluso desde el hartazgo, la decepción o el desconcier­to, votar continúa siendo un gran ejercicio de libertad que no debería desdeñarse nunca. Como tampoco debería olvidarse que el voto no es un acto de fe, ni debe ejercerse con recogimien­to religioso, sino desde la mirada crítica y el sentido de la rebeldía. No hay peor voto que aquel que se ejerce por simple sintonía ideológica o simple inercia ritual. Incluso a los nuestros debemos exigirles que se ganen el voto, y después lo respeten en el cargo. Es aquello que John Kennedy expresó con belleza: “La democracia es una forma superior de gobierno, porque se basa en el respeto del hombre como ser racional”. Claro que también dijo aquello de que perdonáram­os a nuestros enemigos, pero nunca olvidáramo­s sus nombres...

Hoy, pues, las urnas no estarán guardadas y el ritual certificar­á el imperio de la civilidad. Pero algunos iremos a votar con el recuerdo de otras urnas que fueron prohibidas, vilipendia­das, corridas a porrazos. Y el voto será un homenaje a ese espíritu libertador que nos robaron. Un 28 de abril con el alma puesta en un 1 de octubre.

El voto es el éxito de la civilizaci­ón frente a la barbarie, de la libertad frente a la tiranía

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