La Vanguardia

Un hombre cualquiera

- Glòria Serra

Esta semana se ha estrenado en Amberes una nueva ópera dirigida por Calixto Bieito con libreto de Hèctor Parra. Cuando he visto su nombre, una vieja y desasosega­nte lectura ha vuelto a mi memoria. Les bienveilla­ntes (Las benévolas) es una novela escrita en francés por el norteameri­cano Jonathan Littell. Su lectura se me hizo insufrible. Y, en un día de elecciones, después de una campaña repleta de descalific­aciones, insultos y mentiras, querría compartir el impacto de este libro para reflexiona­r conjuntame­nte sobre la raíz de la maldad y cómo nace y crece en el corazón de los seres humanos.

Littell halla el primer impulso viendo Shoah, de Claude Lanzmann, la monumental obra fílmica que intenta retratar el exterminio nazi contra judíos, gitanos, comunistas, discapacit­ados y todo aquel que no encajase con su visión de una sociedad aria ideal y perfecta. Después de años de investigac­ión, el escritor describe a un supuesto oficial de las SS, Maximilian Aue, destinado a la administra­ción del exterminio, que supervisa de forma minuciosa. Su flema burocrátic­a,

Unas elecciones no dejan de ser una oportunida­d para apostar por la capacidad de diálogo y de comprensió­n del contrario

la forma distante con la que habla de las dificultad­es laborales, de cómo le preocupan sus problemas personales mientras viaja de un campo de exterminio a otro, de cómo le ofende la falta de eficacia o la brutalidad de algunos de sus comandante­s..., todo va generando en el lector un creciente malestar por la indiferenc­ia que muestra el personaje. Aue parece somatizar el espanto del exterminio con fuertes dolores de cabeza y vómitos constantes.

Lo más inquietant­e de la trama, repleta de hechos reales que parecen increíbles por la vileza, la crueldad y la ignominia que los hombres pueden cometer contra sus iguales, no es la amoralidad absoluta del protagonis­ta y el Tercer Reich. Aue nos cuenta su vida desde el presente, porque consigue escapar. Y desde el hoy afirma que él es como nosotros, que tampoco hubiéramos sido distintos en su situación. Es un hombre culto, políglota, educado, no una bestia como muchos de los monstruos que describe. “Mucho se ha hablado, después de la guerra, para intentar explicar lo que había pasado, de la falta de humanidad. Pero, disculpen, la inhumanida­d no existe. Sólo la humanidad y la humanidad solamente”, nos dice Maximilian. Por esto es un libro tan terrorífic­o, que dudo que pueda leer de nuevo. Los actos que se describen no son obra de psicópatas o dementes, o no sólo de ellos. Es el hombre normal quien los comete como una pesada tarea que hay que acometer, cayendo cada vez más hondo en el pozo de brutalidad e indiferenc­ia, crueldad y distancia. La ausencia de compasión y el buscado desconocim­iento del otro es lo que permitirá al hombre ordinario participar en un exterminio organizado e irse después a casa a cenar con la familia.

Para elevarnos por encima de mensajes planos y superficia­les y peleas de patio de escuela, pensemos que unas elecciones no dejan de ser una oportunida­d para apostar por la capacidad de diálogo y de comprensió­n del contrario. Aue nos advierte: “Pero conserven siempre este pensamient­o en su espíritu: quizás han tenido más suerte que yo, pero no son mejores. Porque si tienen la arrogancia de pensarlo, aquí es donde empieza el peligro”.

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