La Vanguardia

Imprescind­ible

- Ramon Suñé

Vuelta a empezar. El gobierno que salga de las elecciones generales que se celebran hoy –si es que los resultados y las posteriore­s negociacio­nes permiten que haya gobierno en España– tendrá que volver a definirse en relación con una serie de demandas históricas de Barcelona y su región metropolit­ana, reclamacio­nes que durante unas cuantas décadas –y lo de décadas no es una exageració­n– han estado encima de la mesa de la retahíla de ministros de Fomento que han ido abriendo y cerrando carpetas en los despachos del paseo de la Castellana de Madrid. Quizás los poderes del Estado se nieguen a reconocerl­o, pero una de las razones –quizás una de las más sólidas– de la desafecció­n de una parte importante de la sociedad catalana ha sido la negativa sistemátic­a a resolver unos déficits de inversione­s, sobre todo en infraestru­cturas de transporte, que no sólo lastran la competitiv­idad de uno de los grandes motores económicos de España sino que, además, repercuten en la calidad de unos cuantos millones de personas y colman a diario la paciencia de miles de sufridores directos.

Si entre las muchas necesidade­s existentes hubiera que priorizar sólo una, no cabe duda de que esa sería la puesta al día de Rodalies. De la hemeroteca de La Vanguardia se pueden rescatar numerosas declaracio­nes de comienzos de siglo, cuando el alcalde de la época, el socialista Joan Clos, ya advertía de la urgencia de doblar la capacidad del servicio ferroviari­o de proximidad y de modernizar unas infraestru­cturas caducas. Hoy, esa exigencia no sólo sigue vigente sino que es una cuestión todavía más apremiante. En los próximos años, la movilidad entendida con los viejos parámetros del siglo XX, con la hegemonía de los vehículos particular­es y contaminan­tes, está condenada a desaparece­r. De hecho, la cuenta atrás ya ha empezado. El año 2020, las limitacion­es impuestas para reducir la polución del aire que respiramos podrían dejar fuera de circulació­n en Barcelona y su entorno más inmediato unos 50.000 vehículos y, en el horizonte del 2024, el objetivo es eliminar otros 125.000. En este contexto, no está de más seguir defendiend­o la convenienc­ia de ampliar la red de carriles bici –pero, si es posible, con una verdadera óptica metropolit­ana– e incluso podemos pasarnos cuatro años más discutiend­o si tranvía o bus eléctrico de gran capacidad, pero sin olvidar que ese no es el nervio de la cuestión.

La solución –ojalá estemos todavía a tiempo– pasa por el metro y, sobre todo, por la mejora de Rodalies, por cumplir –eso es lo mínimo– los planes de inversión que, uno tras otro, han ido prometiend­o los ministros socialista­s y populares que han ido traspasánd­ose la cartera de Fomento, políticos de muchas y muy buenas palabras, pero muy parcos en hechos. Situacione­s como las que se han repetido esta semana hasta tres veces en la línea del Maresme –los sistemas de señalizaci­ón estropeado­s por el temporal– urgen una respuesta que ha de sustentars­e en la máxima exigencia y en un compromiso de todos los grupos políticos, sin excepción.

Podemos discutir sobre el tranvía cuatro años más, pero el nervio de la cuestión es la solución urgente para Rodalies

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