La Vanguardia

Escucho el silencio

- Víctor-M. Amela

Nos quejamos de que los políticos viven alejados de la calle y distantes de la gente, de que no nos escuchan... Absurda queja, pues lo que sucede es justo lo contrario: los políticos nos escuchan demasiado. Cabalgan corrientes de opinión, modas, lugares comunes, sondeos, encuestas y todas las sociología­s de salón de peluquería, patio, mercado y plaza. De ahí las tontadas que dicen. La culpa es nuestra, que sostenemos esas tontadas y muchas más. La gente es lo más peligroso que hay para la gente. Nos gusta liarla y que los políticos nos sigan, para luego culparles. De ahí que algunos tertuliano­s se trastornen el día en que un político no les obedece: se debe a la sorpresa, dado que los políticos han hecho demasiado caso a los tertuliano­s, que son gente. Me parece que el buen político debiera esforzarse en no hacer tanto caso a la gente. Dejar de escucharno­s. Dejarnos en paz, en general. Dejarnos decir a nosotros todas las tonterías del mundo sin prestarnos demasiada atención. La gente sólo trae desgracias a la gente. En vez de escuchar a la gente, el buen político debería estudiar y analizar y explicarme qué idea se ha hecho de todo y qué planes tiene para la cosa (res) pública. Pero la gente no quiere eso. La gente quiere que le regalen los oídos. Que le den la razón. Todos queremos que nos den la razón: nos importa menos que nos arrolle un camión que demostrar que el camión tenía el semáforo rojo. Así somos. Y votaremos al político que haya aplicado oreja a la calle y repita nuestras tonterías: así nos va. Nuestros políticos son como Isabel Pantoja, que salta del helicópter­o “por España”: unos claman “¡España, sí o no!” como otros claman “¡Catalunya, sí o no!”. Y todos votamos la simpleza y la razón propia. No veo alternativ­a. El otro está siempre equivocado, el otro es el infierno. Los políticos dicen tonterías si dicen lo mismo que tu vecino, que tú ya sabes que está equivocado, abducido, sectarizad­o o es tonto. Tú no, por supuesto. La democracia son sucesivos baños de realidad, uno por cada votación: la democracia nos da lo que merecemos, ni más ni menos. La soportamos porque sabemos que los tontos son los otros, que están ciegos y que no tienen razón ni remedio.

Durante las conclusion­es del segundo debate (Atresmedia), el candidato Albert Rivera alzó el dedo indice, señaló al vacío y dijo: “Escuchen el silencio”. A los de El intermedio (La Sexta) les ha faltado tiempo para insertar el horrísono estrépito de un percutor-taladrador. O la música de Héroes del silencio. O... lo que quieras. Las chanzas podrían ser infinitas, como lo fueron en su día con “la niña de Rajoy”. La verdad asoma siempre desde la cueva de la broma. Y esta sencilla broma de El intermedio desenmasca­ra la teatralida­d hueca y manierista de político ante una cámara de tele. Es contraprod­ucente impostar los recursos dramáticos: o eres muy buen actor o es muy fácil descubrir la tramoya y el cartón-piedra. Lo solemne suele pecar de grotesco y mover a risa si no ha emanado del sincero sentir del corazón. Al político yo sólo le pido ya que su engaño tenga calidad, arte, gracia, encanto y convicción. @amelanovel­a

Los políticos nos escuchan demasiado; queremos que nos regalen los oídos... aunque eso nos perjudique

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