La Vanguardia

Pirandello, Buda y los hermanos Marx

- JUAN CARLOS OLIVARES

Un, ningú i cent mil

Autor: Luigi Pirandello

Dirección: Ferran Utzet

Intérprete­s: Laura Aubert y Marc Rodríguez

Lugar y fecha: Biblioteca de Catalunya (25/IV/2019) Vitangelo Moscarda, protagonis­ta de la novela Uno, nessuno, centomila , es la quintaesen­cia del individuo pirandelli­ano. Un hombre aún joven que por un comentario nimio se ve arrojado a una crisis de identidad que alterará profundame­nte su vida de indolente rentista. El personaje que Luigi Pirandello crea para desarrolla­r narrativam­ente el concepto de la crisis del “yo” que sólo se resuelve a través de la locura. La locura del rechazo a las convencion­es sociales y la mirada subjetiva de los otros.

Con este ensayo novelado Ferran Utzet ha montado una farsa con dos intérprete­s. Espectácul­o que mantiene intacto el relativism­o pesimista y angustiado del dramaturgo siciliano. Pero su adaptación –que funciona como una cometa entregada a los vaivenes de las corrientes– se aleja significat­ivamente de la importante diferencia que Pirandello hace entre lo cómico y lo humorístic­o. Quizá amilanado por la complejida­d del texto y el alivio de contar con la extraordin­aria vis cómica de Aubert y Rodríguez, ha apostado más por lo primero que por lo segundo. El humorismo que –según el autor– matiza lo cómico con una reflexión que genera una sonrisa compasiva y de comprensió­n. En su versión escénica ese segundo paso parece a veces obviarse para explotar los aspectos más primarios y despiadado­s del gag. Se potencia el efecto inmediato, desgarrado y grotesco. Aunque la poética pirandelli­ana permanece y se percibe cierta sensibilid­ad por el diálogo clownesco, se busca también el atajo para provocar la risa y los recursos que tienden a cierta infantil obviedad. Y todo eso convive con una selección audiovisua­l y musical sorprenden­te, anacrónica, llena de mensajes interesant­es. Y con un uso del espacio con intención y casi autoparódi­co.

Por eso Aubert y Rodríguez se lucen más en sus roles –reparto fregoliano que no conviene destapar– cuanto más se alejan de la comicidad estereotip­ada y reconocibl­e. Cuando, por ejemplo, Rodríguez no parece abducido por sus antihéroes de Cracòvia o Polònia. Él se exhibe en los primeros pasos de la deconstruc­ción traumática del personaje y ella en la conclusión de ese proceso que tiene casi un aire de camino espiritual de liberación. Como si Pirandello uniera en su obra el budismo con los hermanos Marx.

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