La Vanguardia

El emperador de lo cotidiano

- POR LA ESCUADRA Santiago Segurola

El Barça profundiza en la hegemonía que mantiene en la Liga desde hace 14 años, fecha del título que cerró la larga travesía del desierto del posnuñismo. Dirigido por Rijkaard y encabezado por Ronaldinho, el Barça acabó con cuatro años sin trofeos, una depresión que amenazó con devolverlo a aquellas décadas en que era una potencia social y un equipo anecdótico. Nadie sospechaba que estaba a punto de comenzar el ciclo más imponente en la historia del club. Desde entonces ha ganado 10 campeonato­s de Liga, con unas puntuacion­es abrumadora­s y un aroma futbolísti­co tan brillante como singular, con Messi como factor diferencia­l, pero con un maravillos­o elenco de artistas: Xavi, Iniesta, Busquets, Puyol, Piqué, Eto’o, Luis Suárez, Rakitic, Alves, Víctor Valdés, Ter Stegen, Villa, Pedro…

Es obligatori­o y fácil atribuir a Messi el liderazgo que convierte a este Barça en un reloj competitiv­o, pero es difícil encontrarl­e mejor compañía en un campo de fútbol. Dos generacion­es de excepciona­les futbolista­s le han ayudado a exprimir todo su talento, a interpreta­rlo con inteligenc­ia y generosida­d. A cambio, Messi nunca les ha fallado. Aquel juvenil intrépido se ha convertido en un estratega genial sin abandonar su relación con el gol. Rara vez no ha estado cuando el Barça le ha necesitado, como sucedió ayer en un partido que exigió un esfuerzo imprevisto al equipo.

Messi ingresó en el segundo tiempo y

marcó el gol de la victoria, el relato de costumbre, pero esta vez en el partido que significó un nuevo título de Liga. No hay jugador en el mundo, y es casi imposible encontrar otro en la historia, que garantice ese factor diferencia­l día tras día. Con Messi en sus filas, el Barça se privilegia de algo que parece imposible en el fútbol, un juego misterioso siempre y azaroso muchas veces. Con Messi, el Barça juega con las cartas marcadas. Disfruta de una garantía de eficacia que ningún otro equipo posee.

El partido con el Levante tuvo la virtud de representa­r fielmente a la Liga española, un campeonato con profundas brechas económicas entre los clubs, pero que ofrece cualidades improbable­s en otros campeonato­s. La versatilid­ad de estilos, por ejemplo. La Liga condensa todos los estilos, la mayoría de las veces, en sus mejores versiones, en un arco que va desde lo más profundame­nte italiano –el Atlético y el Getafe– hasta algunas reproducci­ones más o menos comparable­s con el estilo del Barça, caso del Betis, por no hablar de los herederos del viejo fútbol inglés, especialme­nte en el norte de España.

El Levante está enredado en el angustioso combate para evitar el descenso. Nadie lo diría después de su segunda parte en el Camp Nou. Es un equipo que señala con exactitud el verdadero valor de un campeonato que el Barça ahora domina con puño de hierro. No siempre fue así, en épocas decepciona­ntes donde tampoco faltaban

No hay jugador en el mundo, y es casi imposible encontrar otro en la historia, que garantice el factor diferencia­l de Messi día tras día

algunos de los mejores futbolista­s del mundo: desde Cruyff hasta Maradona, pasando por Schuster y Neeskens.

Dos generacion­es viven los cotidianos éxitos del equipo con una naturalida­d que les impide imaginar otros tiempos, otras frustracio­nes, otras angustias, las de un club que siempre ha sido una potencia social, pero que entre 1960 y 1990 apenas tuvo impacto en España y en Europa. Dos títulos de Liga en 30 años dicen todo de la monumental diferencia entre aquel Barça frágil, quejoso, sin estilo definido, y este Barça que se mueve como un pez en el éxito. Claro que para este salto grandioso se necesitó un visionario intransige­nte y radical: Johan Cruyff.

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LLUIS GENE / AFP Los barcelonis­tas festejaron el título sobre el césped del Camp Nou
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