La Vanguardia

Cortes de pelo

- Arturo San Agustín

Un sello de correos que homenajea al director de cine Sergio Leone, fallecido hace 30 años, el cólico nefrítico sufrido por Silvio Berlusconi y la penúltima ocurrencia del papa Francisco son algunos de los temas que compartí hace unos días en un privilegia­do ático con unos amigos romanos. Que Leone es el bueno, no tengo ninguna duda. Mi problema es a quién de los otros dos ilustres defino como el malo y como el feo. Da igual. De quien más se habló en la cena romana fue de Francisco y de los peluqueros.

Francisco habla e improvisa tanto que es imposible que no descarrile varias veces al día. Parece más un tertuliano de televisión o radio que un Papa. Creo que nunca ha habido un Papa tan parlero como él. Digo parlero, hablador, no transparen­te y consecuent­e. Sólo parole, parole, parole . Y uno de los ejemplos de tanta incontinen­cia verbal, de tanta improvisac­ión, ha sido, por ejemplo, lo que acaba de decirles a los peluqueros: que no favorezcan los rumores. Y parece que lo ha dicho en serio. Matizo porque igual ha hablado de rumores y peluqueros para ocultar los graves y tal vez definitivo­s problemas que tiene en su casa vaticana. A los jerarcas de la Iglesia católica, da igual que sean panzudos o cenceños, siempre les han preocupado mucho los rumores. Son una de sus obsesiones. Otra es el sexo. En realidad no temen al rumor sino a la palabra. Y, pese a que muchos de ellos aseguran que los santos verdaderos tuvieron un gran sentido del humor, tampoco son devotos de quienes comienzan por reírse de sí mismos.

Hace unas semanas se celebró en Roma, en la Pontificia Università della Santa Croce, unas jornadas dedicadas al gran Chesterton, pero eso no es lo normal. El abigotado inglés, que fue antes anglicano que católico, siempre pensó que todas las personas seguras de sí mismas están en los psiquiátri­cos. Escritor, poeta, ensayista y gordo como el optimismo, Chesterton siempre está de actualidad. La prueba es que si pensamos en su país o en esta parte de España que llamamos Catalunya es imposible no recordar otro de sus luminosos aforismos: “Tener derecho a hacer algo no es lo mismo que creer que lo correcto es hacerlo”.

Entiendo que Francisco, por razones argentinas y clericales, prefiera más a los psicoanali­stas y a los confesores que a los peluqueros. Pero sin peluqueros este mundo sería invivible. Ellos, los de la tijera y el peine, son la mejor agencia de noticias. Noticias, no rumores. Mis primeros barberos, así se llamaban entonces a los peluqueros, fueron Paco y Agustín. Sin ellos habría sido imposible superar determinad­os colegios y parientes. En Roma está Giorgio Rinaldi, que es lo mejor del Trastevere. Y en Barcelona es Marcel Monlleó, lúcido y simpático, quien hace respirable una ciudad que puede desaparece­r próximamen­te si no votamos con el cerebro y pensando en la cartera.

Creo, amigo Marcel, que Francisco necesita un buen corte de pelo. Tendrías que invitarlo a tu salón.

Sin peluqueros este mundo sería invivible. Ellos, los de la tijera y el peine, son la mejor agencia de noticias

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