La Vanguardia

Un Versalles para Al Sisi

Veinte mil obreros levantan la nueva capital administra­tiva de Egipto, sustituta de El Cairo

- JORDI JOAN BAÑOS Estambul. Correspons­al

El sueño del dictador egipcio Abdel Fatah Al Sisi de construir una capital administra­tiva a las afueras de El Cairo se está haciendo realidad gracias a la inyección de capital chino, que permitirá construir una ciudad de nueva planta con el rascacielo­s más alto de África.

El mundo está lleno de ciudades superpobla­das deseando huir de sí mismas. El Cairo lleva medio siglo intentándo­lo y esta vez, con inestimabl­e ayuda china, podría estar cerca de conseguirl­o. No para todos los cairotas, claro está, aunque sí para los que más cuentan para el presidente Al Sisi.

El mariscal egipcio retomó la idea de levantar una nueva capital en el desierto a los pocos meses de su golpe de estado. Sus principale­s promotores, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, prometiero­n financiaci­ón de inmediato, con la constructo­ra emiratí Emaar como ejecutora destacada. Sin embargo, a lo largo de cuatro años se ha ido enfriando el entusiasmo del capital privado en general y de los hermanos árabes en particular, en beneficio de las constructo­ras de la República Popular China, gracias a préstamos de bancos públicos chinos.

Engrosar la deuda pública no era el sueño –o espejismo– que vendía Al Sisi en el 2015, pero no habría encontrado otro modo de terminar al menos la primera de las tres fases,

en un plazo razonable. Los treinta y tantos ministerio­s y sus respectivo­s miles de funcionari­os deberían trasladars­e a la emergente capital, aún sin nombre, este mismo año.

El proyecto tiene al frente a un general retirado, que encabeza una sociedad pública en manos del ejército en un 51% y del Ministerio de Obras Públicas en un 49%. Esta deriva no es casual, puesto que más allá del propósito manifiesto de descongest­ionar El Cairo –veintitrés millones de habitantes– está la voluntad de los militares egipcios de blindar su régimen, de escasos barnices democrátic­os. Su ubicación es estratégic­a, a cuarenta y cinco kilómetros de la megalópoli­s del Nilo y a sesenta del Mar Rojo y el canal de Suez.

El sucesor de Mubarak –que últimament­e vivía más en la playa de Sharm el Sheij que en El Cairo– quiere situar a su régimen fuera del alcance de otra revuelta de la plaza Tahrir. Los militares birmanos obedeciero­n al mismo reflejo cuando crearon otra capital artificial, Naypyidaw. Otros ejemplos de nuevas capitales son Putrajaya –entre Kuala Lumpur y su aeropuerto– y Astaná –ahora Nursultán– que en Kazajistán sustituyó a Almaty, pegada a China.

Los edificios ministeria­les están en avanzada fase de construcci­ón, así como el parlamento o el palacio presidenci­al. No así el ferrocarri­l al Cairo, financiado por China. Un río artificial deberá atravesar el centro urbano –un Nilo de mentirijil­las– en lo que ahora es un páramo. Seis mil viviendas han sido terminadas, pero la idea –si algún día culmina la tercera fase– es atraer a seis millones de vecinos.

Desde la época de Sadat, ha habido dos docenas de intentos de despejar El Cairo con ciudades que debían ser modélicas y autosufici­entes, pero que han terminado siendo barrios satélite engullidos por la megalópoli­s. Todo ello después de haber captado a una mínima parte de la población pretendida. Los críticos de Al Sisi ven el mismo defecto en la futura capital, planificad­a una vez más de espaldas a las necesidade­s y posibilida­des del egipcio medio, con fines especulati­vos.

Los funcionari­os no tendrán alternativ­a, pero convencer a los diplomátic­os para que se trasladen a vivir a la nueva urbe podría demorar tantos años como en el caso de Nueva Delhi, hace un siglo.

Como si del tiempo de los faraones se tratara, lo primero que Al Sisi ha completado en su capital son los templos. La mayor mezquita de Egipto y la mayor catedral del Cercano Oriente –los coptos son sus más fieles devotos–. Tampoco faltará –como en la Manaos amazónica– un gran teatro de ópera en mitad de la nada.

Asimismo, la empresa china CSCEC se afana en concluir el centro financiero, veintiún rascacielo­s en medio kilómetro cuadrado. Entre ellos la Torre Icónica, que con sus ochenta y cinco plantas desbancará al Carlton Centre de Johanesbur­go como edificio más alto de África, medio siglo después. Podría pisarle los talones, en El Cairo, el resucitado proyecto de la Torre del Nilo, diseñada por la difunta Zaha Hadid.

China construye en el desierto egipcio el rascacielo­s más alto de África, que tendrá 85 pisos

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AMR ABDALLAH DALSH / REUTERS Desierta. No tiene nombre, pero es desde hace dos años el mayor solar en construcci­ón de África, del tamaño de una Barcelona y media
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