Una leyenda hasta el fin
“ETA surgió de este pueblo y ahora se disuelve en él”. Las palabras de Josu Urrutikoetxea anunciando el final de la organización terrorista el 3 de mayo del 2018 eran hasta ayer la última señal del histórico dirigente de la banda, en paradero desconocido desde hace 17 años. Debido a su larga fuga y las sombras en torno a su figura, el que fue número uno de ETA, jefe del aparato político y principal interlocutor del grupo en distintas negociaciones con el Gobierno español se había convertido en un mito, con leyendas sobre su capacidad para desaparecer y la supuesta escasa intención política de capturarle tras media vida en la clandestinidad. Nacido en 1950 en Miravalles (Bizkaia), Josu Ternera se inició como miembro de ETA con 18 años haciendo pintadas en cementerios. El peso de sus cometidos aumentó pronto y, tras huir en 1971 a Francia, comenzó a participar en robos de explosivos como el del polvorín de Hernani, en el que la banda se hizo con 3.000 kg de dinamita, de los que usaría parte en el atentado contra Luis Carrero Blanco. Su ascenso fue meteórico y a finales de los setenta se hizo con el control del aparato político. Detenido el 10 de enero de 1989 en Francia y condenado a diez años, Ternera fue entregado a España y en el 2000 quedó en libertad al agotar la prisión preventiva. Dos años antes había sido elegido diputado de EH en el Parlamento vasco, donde, paradójicamente, formó parte de la comisión de Derechos Humanos. Tras ser reclamado por la justicia, en el 2002, como presunto cerebro del atentado de 1987 contra un cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza, en el que murieron 11 personas –seis menores–, inició su larga huida. Esta es una de las causas pendientes en España, junto con el asesinato del directivo de Michelin Luis María Hergueta, la financiación de ETA a través de herriko tabernas y un delito de lesa humanidad.