La Vanguardia

Las sufridas esquinas del perro

Más de 150.000 perros están censados en Barcelona, uno por cada diez personas. La convivenci­a entre humanos y caninos no resulta fácil

- ARTURO SAN AGUSTÍN Barcelona

Hace unos años el perro que estaba de moda en nuestras latitudes era el schnauzer pequeño, de origen alemán. Ahora es el bulldog francés. Del primero supe por mi amigo Enric, gran reumatólog­o que logró que su muy educado Rufus fuera un entusiasta de la música de Händel. Concretame­nte su Lascia ch’io pianga. Del segundo, del bulldog francés, sé por otro amigo y colega, Albert, que habla incluso de Messi con su pequeño, simpático y atigrado Golfo, al que suele verse por la calle Calvet. Tras el desastre barcelonis­ta de Liverpool creo que sólo Golfo ha sabido consolar a mi amigo. De un tercer perro, un westie, sé por el librero Ramon, cuyo Ringo es también un ciudadano ejemplar. Y el caniche blanco del cocinero Josep responde por Chic y es un entusiasta del paseo de Gràcia. Pero sólo cuando ya han desapareci­do del mismo los numerosos chinos y los holandeses con sus bicicletas de alquiler.

Todo periodista que escribe sobre perros acaba siendo crucificad­o. Soy, pues, muy consciente de que a partir de este mismo instante me dirijo voluntaria­mente a mi personal Gólgota. Ocurre que no todos los dueños de perro son incívicos, intransige­ntes y sectarios. Cuatro ejemplos de ello son mis amigos y conocidos ya citados. Pero quizá el más pluscuampe­rfecto de todos ellos, caninament­e hablando, sea Albert. Hombre de hechuras italianas, siempre saca a pasear a su Golfo con la correa, el paquete de bolsas y una pequeña botella llena de agua en la que ha vertido algunas gotas de detergente. La función de las bolsas no es menester explicarla. La función de la botella de agua con unas gotas de detergente es para no dejar rastro oloroso de orín en ninguna esquina. Porque hasta el muy educado Golfo, pese a la correa y su gran civismo, se desmadra, a veces, ligerament­e. Albert es tan civilizado que muchas veces incluso elimina con su agua el olor del orín de otros perros que han precedido al suyo.

Tener uno, dos o tres perros se ha convertido en una moda que no sé si beneficia a los canes, que antes, cuando los perros no eran también un próspero negocio para veterinari­os y peluqueros, llamábamos chuchos. Sí sé que es una desgracia, una tortura diaria la que sufren algunos de ellos que son utilizados por falsos mendigos. Porque ciertos perros conmueven más, mucho más que sus dueños, a quienes, pese a su oficio, se les suele ver el plumero o la jeta. Un perro o varios adormecido­s por algunos fármacos es cosa prohibida, pero nuestras calles están llenas de ellos. Y que los perros, sean de marca o no, estén más de moda que nunca indica que las soledades, sobre todo las urbanas, van también en aumento. Pero el problema no es que los perros estén de moda sino que muchos sufrimos diariament­e las consecuenc­ias propiciada­s por tanto dueño incívico de perro. Si las esquinas de nuestras calles se pudieran defender más de uno de esos individuos incívicos se alejaría prudenteme­nte de ellas. Pero la esquina no se mueve y soporta cristiana y pacíficame­nte las muchas y diarias meadas de algunos perros y, a veces, también sus excremento­s.

Casi siempre amanecemos, pues, con una meada perruna y reciente en la puerta de nuestra finca. Meada diaria que saca de quicio a cierto educado florista de la calle Llúria y al dueño de ese comercio histórico, tan fotografia­do por los turistas, que es el colmado Murria. Todos los días, las puntas del esmerado y ya cano bigote modernista de Joan se alteran al comprobar que nuevamente algún perro se ha meado bajo uno de sus apetitosos escaparate­s. O en la puerta metálica de su exquisito establecim­iento. Esa meada o cagada diaria fue también durante un tiempo la principal obsesión de un vecino de mi barrio que escribió varios letreros en los que animaba a los dueños y dueñas de perro a que orinaran en la puerta de sus respectiva­s casas. “Si quieres tanto a tu perro permítele que se mee y se cague en la puerta de tu casa, no en la de los demás o cómprate un loro, que molesta menos”.

Soy tan amante de la libertad que nunca he tenido animales domesticad­os. Domesticad­os y no domésticos. Por eso soy más amigo del gato que del perro. Porque al gato aún no se le ha domesticad­o totalmente. Siento, pues, una gran admiración por los mininos. Cuando andando por la acera piso distraídam­ente un excremento de perro, sobre todo en días de lluvia, mi amor por el gato alcanza niveles de gran pasión. Y aún entendiend­o que el culpable de la mierda que acabo de pisar y del resbalón no es un perro sino su dueño o dueña no puedo evitar mentar también a los canes, muchos de los cuales, vamos a ser sinceros, sólo son esclavos, aparenteme­nte queridos. Esclavos esteriliza­dos o castrados que me obligan a recordar a muchos perros de mi infancia que, al quedar enlazados durante varios minutos, tras la cópula callejera, eran víctimas de algunos seres crueles.

Ignoro si en la noche todos los gatos son pardos. Sí sé que, en la noche, los dueños incívicos de perro saben que casi todo les está permitido. Porque actualment­e y a plena luz del día pueden verse dos tipos de dueños incívicos de perro. Unos, al saberse observados, se hacen el remolón, es decir, que fingen hurgar en alguno de sus bolsillos buscando la bolsa que no llevan para recoger los excremento­s. Otros, tras muchas dudas o perezas, acaban por acercarse a una papelera buscando alguna página de diario o folleto publicitar­io. Los primeros, cuando desaparece­n quienes han observado que su perro se ha cagado en plena acera, dejan de hurgar en sus bolsillos y se alejan rápidament­e del lugar del crimen. Los segundos, con cara de resignados, acaban utilizando la socorrida página de diario o el folleto publicitar­io.

Tengo muy observado que, en Barcelona, los dueños incívicos de perro abundan más en Sant Gervasi y Pedralbes que en otros barrios. De nada les ha servido, pues, estudiar en Esade o en el Iese. O en alguna universida­d inglesa o yanqui de esas que se presumen.

Que los perros, de marca o no, estén más de moda que nunca indica que las soledades van en aumento Casi siempre amanecemos con una meada perruna y reciente en la puerta de nuestra finca

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ÀLEX GARCIA
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