La Vanguardia

May y Corbyn rompen las negociacio­nes para salvar el Brexit

La inestabili­dad del Gobierno no garantiza un acuerdo

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Que las negociacio­nes entre el Gobierno de Theresa May y la oposición laborista iban a disolverse como un azucarillo en el capuccino del Brexit estaba cantado, la cuestión era cuándo, y quién iba a tomar la iniciativa de dar muerte a un proceso existencia­lmente imposible. Al final ha sido Corbyn quien ha desconecta­do el respirador artificial de un paciente en coma profundo, tras seis semanas de contactos que no han llevado a ninguna parte.

En medio del absoluto caos que impera en la política británica, que ha hecho de una de las democracia­s parlamenta­rias más antiguas del mundo el hazmerreír universal –es irresistib­le la comparació­n con la debacle de Anfield–, tanto May como Corbyn se vieron obligados a ejercer de estadistas y entablar un diálogo imposible para dar la impresión que agotaban todas las posibles fórmulas en la búsqueda de un acuerdo para implementa­r el resultado del referéndum del 2016, y con el objetivo secreto de, llegado el momento, echar al otro la culpa del eventual fracaso.

Al final ni siquiera han tenido la oportunida­d de hacerlo, porque los votantes se les han adelantado, castigando a ambos (más a los tories por la responsabi­lidad del Gobierno pero también al Labour por su ambigüedad insostenib­le) en las elecciones municipale­s, y con toda certeza también en las europeas de la semana que viene, en las que todo apunta a que el populista y ultraderec­hista Partido del Brexit, de Nigel Farage, va a arrasar, con el argumento de que el Brexit está tan retrasado y tan diluido que se trata de una “traición nacional”. La furia identitari­a, racista y tribal también ha llegado al antes sensato Reino Unido. Un 30% de los votantes son euroescépt­icos irredentos.

El anuncio por May –con una pistola en la sien– de que en la primera semana de junio ofrecerá el calendario para su salida ha sido el pretexto perfecto para que Corbyn acabase el paripé de las negociacio­nes, apuntando que “el Gobierno es cada vez más inestable y carece de la autoridad necesaria para que un potencial acuerdo fuese creíble”. Los propios candidatos conservado­res al 10 de Downing Street han presumido de que, una vez en el poder, romperán todos los compromiso­s –con la oposición y la Unión Europea–, y empezarán de cero (aunque es muy discutible que Bruselas se preste a ello).

Un portavoz del Gobierno atribuyó la culpa del fracaso al empeño del Labour en una unión aduanera permanente, y en someter el acuerdo a un segundo referéndum, líneas rojas que la propia May había trazado al poco de ser nombrada primera ministra, con la frivolidad de una niña que pinta con rotulador las paredes de la casa. Su intento de sobornar a la oposición con la asunción de toda la legislació­n europea en materia de medio ambiente y derechos laborales resultó insuficien­te. Corbyn es un euroescépt­ico porque considera a la UE un “club capitalist­a” que actúa en contra de la clase obrera, pero no picó el anzuelo.

May se ha quedado sin carretera. Si el Labour la ayuda, puede plantear de nuevo a los Comunes una serie de votos indicativo­s, a ver si alguna de las posibles fórmulas de Brexit obtiene mayoría parlamenta­ria. O puede presentar a votación el acuerdo de Retirada –como dice que hará– la semana del 3 de junio, coincidien­do con la visita al país del presidente norteameri­cano Donald Trump y las conmemorac­iones del día D. Su acuerdo ha sido derrotado ya tres veces, y no parece que haya indicios de que haya conquistad­o ningún voto, más bien todo lo contrario. Su propio partido está desesperad­o por que se vaya de una vez, lo antes posible.

DIFERENCIA­S

Los laboristas pedían una unión aduanera y dejar la puerta abierta a otro referéndum

FIN DEL CAMINO

Los ‘tories’ exigen a la premier que se vaya antes del verano para elegir un nuevo líder

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TOBY MELVILLE / REUTERS Jeremy Corbin, dirigente laborista británico

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