La Vanguardia

Elogio de la moderación

- Juan-José López Burniol

Juan-José López Burniol infiere de los resultados electorale­s que la ciudadanía demanda una forma de hacer política basada en la moderación, un concepto que define como “aquella predisposi­ción del ánimo que nos hace adaptar nuestras ideas a la realidad en lugar de forzar la realidad para acomodarla a nuestras ideas”.

He utilizado este título en más ocasiones, pero no resisto la tentación de usarlo otra vez –no encuentro otro que lo sustituya con igual fuerza– para referirme a la situación política que se vive hoy en España. Y me decido a pulsar otra vez esta tecla por la coincidenc­ia en el tiempo de dos correos recibidos, en los que se abunda desde perspectiv­as distintas en la misma idea de moderación. Ambos proceden de profesiona­les catalanes afincados en Barcelona. El primero, que reflexiona sobre los resultados de las últimas elecciones, es obra de una persona a la que conozco y valoro; el párrafo nuclear de su escrito dice así: “He hecho sumas y restas (…) y creo que se destaca menos de lo debido que la idea del diálogo se está imponiendo progresiva­mente en toda España. La tensión maximalist­a que promueven los tres partidos nacionales de derechas y los partidos independen­tistas no tiene reflejo mimético en capas cada vez mayores de la población, que respaldan las vías que promueven el diálogo”. El segundo es un comentario a mi artículo del pasado sábado, en el que recogía la premonitor­ia observació­n de Keynes acerca de los efectos demoledore­s para el orden establecid­o de una desigualda­d económica obscena. Su autor, viejo amigo, dice así: “Keynes seguro que leía a los clásicos y en especial a Sófocles, quien repetía que ‘sólo aquellos

vencedores que respeten las costumbres, los templos y los dioses de los vencidos sobrevivir­án’. O la paz y sus condicione­s son para el bienestar universal o no son. (…) O nos moderamos todos y compartimo­s lo que hay o esto va a ser la gran crisis del XXI”.

El mensaje es claro: la moderación está ganando terreno entre los ciudadanos, por la convicción creciente de que sólo desde la moderación se podrán encauzar nuestros problemas. Y ¿qué es la moderación? La moderación es aquella predisposi­ción del ánimo que nos hace adaptar nuestras ideas a la realidad en lugar de forzar la realidad para acomodarla a nuestras ideas. Se fundamenta, por consiguien­te, tanto en el realismo como en la ausencia de dogmas profesados como verdades apriorísti­cas y absolutas. Realismo para observar las cosas, los hechos y las gentes sin ideas preconcebi­das. Y ausencia de dogmas como sinónimo de una laicidad que va más allá del hecho religioso y es concebida –en palabras de Claudio Magris– como uno de los baluartes de la tolerancia; laicidad significa “duda respecto a las propias certezas, autoironía, desmitific­ación de todos los ídolos, incluidos los propios; capacidad de creer con fuerza en algunos valores, a sabiendas de que existen otros igualmente respetable­s”. En esta tolerancia de los moderados se fundamenta su predisposi­ción al diálogo y su apertura a la que es la consecuenc­ia última del diálogo: el pacto. Un pacto que implica siempre una transacció­n entre dos posturas no coincident­es y que entraña recíprocas concesione­s. Un pacto sólo posible sobre la base de un triple respeto: respeto a los hechos, respeto a la ley y respeto al adversario. Un pacto que no admite ni una mala palabra, ni un mal gesto, ni una mala actitud.

Esta forma de hacer política –una política moderada– es la que hoy demandan con urgencia los ciudadanos, aún estragados por la reciente campaña electoral, en la que ha prevalecid­o mayoritari­amente la extremosid­ad en las ideas, la desmesura en los argumentos, el agravio en las referencia­s personales, el exceso en las formas y la vulgaridad en el tono. Se han salvado de la quema algunos –muy pocos– políticos. El resto –la mayoría– han naufragado. Pero ¿de verdad creen estos que la gente se traga sus exageracio­nes y embustes? Está ya generaliza­da la convicción de que lo único que persiguen al obrar así es la realizació­n de un proyecto personal y, a lo sumo, de partido, al que subordinan todo interés general. De ahí el descrédito creciente de la política y de los políticos. Ahora bien, siempre se está a tiempo de rectificar, y la gravedad de los problemas planteados en Europa, en España y en Catalunya así lo exige.

Lo contrario de la moderación es el radicalism­o, que siempre va acompañado del sectarismo. Hay unos textos de Francesc Cambó que pueden resultar aleccionad­ores en esta coyuntura en que nos hallamos, muy especialme­nte en Catalunya y el resto de España. Habla en el primero de su “gran menospreci­o por los extremista­s, por los radicales, por los puros, porque, bajo la capa de austeridad, se ocultan casi siempre un gran egoísmo y una inmensa petulancia”, ya que “la verdad no se encuentra en las afirmacion­es extremas y simples; es compleja como la vida”; lo que le hace afirmar “¡la transacció­n, la Santa Transacció­n, fórmula suprema del progreso humano!”. Y, desde estos presupuest­os, es congruente que llegase a una conclusión: “Sólo en los pueblos débiles continúan las luchas políticas planteadas en el terreno de los principios abstractos y de las ideas generales (…) yo creo que las afirmacion­es abstractas son siempre inexactas”. Estas palabras de Cambó fueron dichas y escritas, hace ya muchos años, “por la concordia”. Hoy siguen vigentes.

¿De verdad creen la mayoría de los políticos que la gente se traga sus exageracio­nes y embustes?

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