La Vanguardia

La trampa saducea

- Fernando Ónega

Yde pronto, el sobresalto. Se nos había dicho que el éxito electoral de Pedro Sánchez le permitía ver cumplido el gran sueño de no depender de los independen­tistas. Se llegó a escribir que el mismo Sánchez podía permitirse el lujo de elegir socio para ganar la investidur­a y gobernar con alguna comodidad. Y nada de eso es verdad. Por lo menos, no es toda la verdad, aunque establezca­mos el matiz de que el tiempo electoral distorsion­a discursos y posiciones políticas. La tremenda novedad de la semana es que apareció el fantasma de la repetición de elecciones. Y apareció con tal contundenc­ia, que José Luis Ábalos se vio obligado a pedir la abstención de Ciudadanos para no tener que negociar con Esquerra Republican­a.

O sea, que Cs tiene la llave: o se abstiene, o la tabla de salvación está en ERC. El pacto con Unidas Podemos, sea como acuerdo programáti­co o como coalición, necesita 11 votos más o al menos nueve, si los diputados catalanes presos no renuncian y mantienen sus escaños, pero no pueden votar. ¿Y está dispuesto Cs a hacer ese favor? Si nos atenemos a las declaracio­nes previas de Albert Rivera, no lo parece. Habría que apelar a lo que apela Ábalos para convencerl­e. Pero Rivera está más en ganar la supremacía de la oposición que en echar una mano al PSOE o contribuir a la gobernabil­idad con Sánchez

como presidente. Su tradiciona­l centrismo se ha vuelto agresivo y orgulloso, aunque ese orgullo se le puede rebajar el día 26.

Contar con los votos de ERC puede ser la única solución, aunque resulte humillante después de tantos discursos en contra. Gabriel Rufián abrió esa puerta. Se lo dijo a García Ferreras: repetir elecciones sería tentar al diablo, porque puede ganar “el fascismo”, que es como él llama a la suma de las derechas. Por lo tanto, votar a Sánchez sería el mal menor. Pero, ay, no terminó ahí su discurso: añadió que, para dar ese voto, tienen que sentarse a negociar. Y, si se negocia, siempre es a cambio de algo. A Miquel Iceta se le sugirió el gesto de visitar a los presos. A Sánchez se le hablará del referéndum, aunque se sepa que el presidente no puede ceder. Esa es la esencia y la exigencia del soberanism­o. No hay otra. Después del episodio de Iceta y su rechazo por el Parlament, ya se sabe cuál es la posición de ERC: “No darlo todo gratis de entrada”.

Pintoresca situación, si no fuese políticame­nte inquietant­e. Pero se ha colado con fuerza en la campaña electoral de las municipale­s. Sánchez no necesita a los independen­tistas como los necesitaba con 84 diputados, pero quizá se encuentre metido en una trampa que Fernández-Miranda hubiese definido como saducea: ni puede vivir sin ellos ni se puede permitir el reproche social de haber vuelto a depender de ellos después de todo lo que los criticó, hasta el punto de decirles que no son de fiar. Un pacto con Esquerra en este momento podría ser bueno para el país, pero políticame­nte mortal para el presidente: regalaría a la oposición conservado­ra el argumento de que todo lo dicho sobre los soberanist­as en las dos campañas ha sido una pura ficción.

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RAÚL SANCHIDRIÁ­N / EFE Albert Rivera
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