La Vanguardia

Colau y los príncipes destronado­s

- CONFUSIÓN VITAL Jordi Évole

Advertenci­a. Este es un artículo que no destila bilis contra Ada Colau. (Si usted es de los que rabian cada vez que se pronuncia el nombre de la alcaldesa, le recomiendo que deje de leerlo).

Conocí a Ada Colau la mañana después de que ETA anunciase que dejaba de matar. Era viernes 21 de octubre del 2011. Estuvimos a punto de cancelar la grabación porque queríamos irnos a Euskadi, pero el avión a Bilbao no salía hasta la tarde. Así que mantuvimos la entrevista.

Quedamos a las afueras de Sant Cugat, en uno de esos polígonos fantasma de bloques llenos de pisos pero vacíos de gente, un paisaje habitual en la España posburbuja inmobiliar­ia. Se presentó con una amiga para que durante la conversaci­ón cuidase de su hijo. Tuvimos que parar hasta dos veces para que le diese de mamar. Pero Ada no perdía el hilo: nos habló de las 170 personas que perdían su vivienda cada día, de los 300.000 desahucios de los últimos cuatro años, de la dación en pago. “Las gangas inmobiliar­ias fruto de desahucios son pisos manchados de sangre”. Nos cruzamos con un obrero de la construcci­ón, en el paro, que ahora recogía chatarra, pero que conducía un flamante 4x4. “Nos dieron el caramelo y cuando lo estábamos saboreando nos dijeron ‘fuera’”. El momento estelar llegó cuando nos presentamo­s con ella en la feria inmobiliar­ia Barcelona Meeting Point. Ada estaba en su salsa. Debatió con todo aquel que se le puso por delante. Todo hombres. Por casualidad nos encontramo­s a Enrique Lacalle, presidente del certamen y exconcejal del Ayuntamien­to de Barcelona por el PP. Amor a primera vista:

Ada Colau: Que en esta feria inmobiliar­ia se puedan encontrar viviendas que

provienen de desahucios es inmoral.

Enrique Lacalle: Las inmobiliar­ias no son oenegés, no son Cáritas. Son negocios.

Cuatro años después acudimos a uno de sus primeros mítines, en el barrio del Carmel. Era como una asamblea donde quien quería tomaba la palabra, discursos espontáneo­s entre la indignació­n y la esperanza. Ese día juntamos a una novata de la política con un veterano de Vietnam, Juan Carlos Rodríguez Ibarra. Visto con perspectiv­a, el debate fue delicioso. Cuando Colau hablaba de que su mandato sería corto, Ibarra le contestaba que entonces es que sólo había venido a tapar los baches de la calle. Cuando Colau hablaba de que no creía en los liderazgos, Ibarra le soltaba que sin su personalis­mo no habría candidatur­a. Pero ella lejos de amilanarse hablaba de la necesidad de feminizar la política, por ejemplo no teniendo respuesta para todo. “No voy a ser uno de esos políticos que lo saben todo, con esa seguridad aplastante”.

Hace cuatro años Ada Colau se convirtió, contra todo pronóstico, en la primera alcaldesa de Barcelona. El milagro no fue que alguien como ella ganase, sino que se haya mantenido en el cargo du

El milagro no fue que alguien como ella ganase la alcaldía, sino que se haya mantenido en el cargo durante los cuatro años

rante los cuatro años. No recordaba campañas tan violentas contra un alcalde de Barcelona desde Maragall (Pasqual). Ada Colau es uno de los personajes que más rabia generan en demasiados sectores: en el independen­tismo hiperventi­lado, en la derecha, en los centros de poder, en tertuliano­s que por encima de todo son anti-Colau. La alcaldesa destronó a demasiados príncipes a la vez. Ocupó (con c) una de las sillas con más poder de Catalunya. Una activista. Que no hablaba su idioma. De la que no tenían ni su teléfono. Que jamás había pisado las nobles moquetas de la Ciudad Condal. ¿Cómo se lo iban a perdonar? Lo que no saben los que destilan tanta rabia contra Colau es que son su principal motor. Sin ellos no hubiese llegado hasta aquí. Son ellos los que mejor dibujan lo que representa Colau.

Si Ada fuese la alcaldesa de una ciudad lejana, los medios de aquí irían a hacer reportajes para intentar explicar el fenómeno Colau. Pero aquí no. Aquí resulta molesta, incómoda, desconcert­ante. Les irrita. Que alguien como ella se haya infiltrado en el sistema, pero no de comparsa, sino para mandar, lo llevan fatal. Es heroico que en este país todavía haya fallos en Matrix.

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MARTÍN TOGNOLA
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