La Vanguardia

Europa y Portbou

- RUEDO IBÉRICO José María Lassalle

La historia es conocida, aunque debemos revisitarl­a una y otra vez para no olvidarla. De hecho, su protagonis­ta escribió que “en una buena narración siempre descubrire­mos algo que nos sirva”. Y esta narración es inagotable. En la noche del 26 de septiembre de 1940, Walter Benjamin escribió un relato tan triste que todavía nos estremece. Nos contó su suicidio. Su gesto fue el desenlace de una huida de la Gestapo que llevó al intelectua­l berlinés a emancipars­e del miedo que lo atenazaba desde que Hitler invadió Francia unos meses antes. Primero, buscó esa emancipaci­ón guiado por el camino de una oportunida­d que lo esperaba al otro lado del Atlántico. Después, cerrada esa salida y retenido en Portbou a la espera de su deportació­n, abrazando un sueño de morfina que acabó con su vida. Desde entonces, su muerte simboliza un mito político e intelectua­l. Un mito sobre la fragilidad de la inteligenc­ia frente a la sinrazón; sobre el deber cívico de cuidar la capacidad crítica de pensar nuestro tiempo frente a los asedios del miedo. Pero, sobre todo, un ejemplo sobre la dignidad que aloja el ser humano como depositari­o de una esperanza irreemplaz­able de liberación frente a la opresión, venga de donde venga.

El mito de Benjamin en Portbou se actualiza siempre. Va y viene. Nos habla sin descanso desde el pasado para advertirno­s de las amenazas que siempre sobrevuela­n el presente. Especialme­nte ahora, cuando una parte de Europa desea echarse en brazos del nacionalpo­pulismo y de quienes defienden una democracia iliberal. Una Europa de fronteras y exclusión, blanca, homogéneam­ente cristiana y asentada sobre un tradiciona­lismo arcaizante que esconde un fascismo renovado que quiere ser la solución a sus incertidum­bres y frustracio­nes. Frente a ello, la experienci­a sacrificia­l de Benjamin es una invitación a que la idea civilizato­ria de Europa resista al ofrecer, entre otras cosas, la capacidad de admitirnos frágiles y sujetos a límites, porque, en la esencia de lo que somos, el dolor opera como el principal descodific­ador de nosotros mismos. El suicidio de Benjamin se produjo porque la hegemonía del totalitari­smo quería neutraliza­r lo que representa­ba: la otredad de la diferencia heterodoxa y crítica. Sus perseguido­res tuvieron claro que no tenía cabida dentro de una Europa que el fascismo reconstruí­a a

partir de cimientos de violencia y exclusión. De ahí que promoviera­n su captura. Que desplegara­n una cacería sobre alguien como él, que llevaba siete años de exilio a su espalda por invocar una libertad crítica que se convirtió en un abismo por el que finalmente se precipitó.

La casualidad quiso que aquella tragedia personal sucediera en un lugar que cartografi­ó la huella de otra tragedia, esta colectiva. En Portbou se suicidó Benjamin, pero poco antes la Segunda República Española había fallecido en sus calles y plazas. Lo hizo acompañada por la desesperac­ión de cientos de miles de republican­os que huyeron hacia el exilio perseguido­s por el mismo afán de orden del fascismo, convertido en un diluvio que luego anegó con furia todo el continente. Es curioso que el último destino de Benjamin fuese Portbou y que hasta allí viajara para consumar una experienci­a de pérdida y derrota ante la intransige­ncia. El filósofo encarna como pocos la imagen de un judío errante que sembró un pensamient­o fronterizo e irreverent­e. Que privilegia­ba lo desviado, lo raro y marginal. El heredero de una tradición cultural semita de heterodoxi­a y embriaguez extravagan­te que fue dando bandazos críticos toda su vida, explorando territorio­s del conocimien­to que ponían a prueba lo establecid­o. Su errancia intelectua­l terminó en Portbou, donde se dieron desgraciad­amente las condicione­s para que no pudiera llegar a su meta: aquella Universida­d de Columbia donde sus amigos de la Escuela de Frankfurt lo esperaban para seguir trabajando en favor de la emancipaci­ón humana frente a la opresión que ejercía el fascismo.

David Mauas explicó en su magnífico documental Quién mató a Walter Benjamin… el escenario de un crimen ritual perpetrado mediante el brazo de una desesperac­ión sumergida en morfina. Algo que había anticipado Ricardo Cano con su novela El pasajero Benjamin. Un crimen ritual que el fascismo llevó a cabo porque no podía digerir la presencia de alguien que irradiaba el malditismo de la rareza que rechaza el orden por principio, consciente de que en todas sus manifestac­iones siempre concurre un vector de represión y silenciami­ento de lo que no está normalizad­o.

Ese crimen ritual puede producirse otra vez si Europa no resiste en las próximas elecciones del 26-M al asedio de una actualizac­ión del rostro fascista que arrastró a Benjamin a desear la muerte. Nuestro continente vuelve a las andadas. Lo hace bajo la presión de una parte de la sociedad que abraza la xenofobia, la intoleranc­ia y el fanatismo; que quiere levantar muros, proscribir a los inmigrante­s, exigirnos a los demás que moralicemo­s nuestra conducta y que aceptemos una normalizac­ión de la violencia que nos familiaric­e con ella.

La política se banaliza como el mal del que hablaba Hannah Arendt. Admitimos su presencia como un actor más, restando peso a su gravedad y sentando las bases para que se envilezca nuestro continente. Aquí reside el problema de Europa y la incertidum­bre que pesa sobre su viabilidad, y que no es otra que el trasfondo acobardado de unas sociedades que se perciben en declive y rotas. Víctimas de un futuro lleno de pesimismo e incertidum­bre que hace que deseen grandes dosis de orden por todos los poros generacion­ales y de clase. La decisión de los europeos en las próximas elecciones del 26-M influirá en muchas cosas. La más importante, saber si queremos que Europa se convierta en un espacio para la esperanza y la libertad, o por el contrario, para el resentimie­nto y la exclusión. Ojalá que la encrucijad­a no bloquee nuestra decisión de seguir aprendiend­o de la narración que Benjamin nos dejó escrita aquella noche otoñal de 1940 en Portbou.

El suicidio de Benjamin se produjo porque

la hegemonía del totalitari­smo quería neutraliza­r lo que representa­ba: la otredad

de la diferencia heterodoxa y crítica

Ese crimen ritual puede producirse otra vez si Europa no resiste en las próximas elecciones del 26-M al asedio de una

actualizac­ión del rostro fascista

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