La Vanguardia

La revolución de los cuerpos

- Llucia Ramis Barcelona

Es la tercera vez que Ngugi wa Thiong’o viene a Barcelona. Contesta despacio a las preguntas que le hace su editora Laura Huerga, de Rayo Verde, como si cada respuesta fuera un cuento. Gente de todas las edades llena el hall del CCCB. Dice que escribió La revolución vertical para su hija; se regalan fábulas en vez de objetos. Ella nació cuando él llevaba tres meses en prisión. La policía armada rodeó su casa el 31 de diciembre de 1977. Lo metieron en una cárcel de altísima seguridad hasta el 27 de diciembre de 1978. Hoy ha sabido que Huerga nació ese mismo año, también el mismo mes, puede que incluso el mismo día que su hija.

La razón por la que lo detuvieron fue una obra de teatro, lo primero que escribió en kikuyu, su lengua materna. Antes había publicado cuatro novelas en inglés. Cuando estaba con la tercera, lo invitaron a una conferenci­a del Pen Internacio­nal, en Nueva York, donde participab­a Pablo Neruda. Thiong’o aún era estudiante, y se pasó esos días intentando posar como se supone que deben posar los escritores, con la mano en la barbilla, igual que el Pensador de Rodin. Hasta que un comentario desafortun­ado de otro autor, sobre esas lenguas que “sólo tienen dos o tres palabras” (refiriéndo­se a las africanas), le hizo dar un respingo y tomar una determinac­ión: explicaría la riqueza lingüístic­a de un continente en el que cabrían todos los demás, y que junto a Asia y Sudamérica ha suministra­do la materia prima necesaria para conseguir la acumulació­n de capital en los países occidental­es. “El tercer mundo está en todas partes”, apuntó en Desplazar el centro. África ha sido colonizada, consumida y sacudida por estos países. También despreciad­a. Y por eso tenía que escribir en su lengua.

Cuando Agustín Comotto iba a ilustrar La revolución vertical ,le dijo a Huerga que dibujaría una mujer. “Claro que tenía que ser una mujer”, exclama Thiong’o. Pregunta cuántos hombres hay en el público. Se alzan varias manos, entre las que están las de los editores Joan Carles Girbés y Aniol Rafel, y la de Òscar Andreu. “Y todos han estado alguna vez en el útero de una mujer”. Nuestro cuerpo es el campo primario del conocimien­to, explica. Y tenemos que funcionar juntos porque, si una parte falla, fallan las demás: “No puedo considerar más importante la cabeza que el cuello, porque si me quitan el cuello, mi cabeza no sirve”. En los estados opresivos, lo primero que se reprime es el cuerpo, añade. En el colegio, por ejemplo, el acosador se mete con el cuerpo del dominado: lo llama gordo, o flaco, o enano. Hace que el dominado se sienta incómodo con su cuerpo. Muchos hombres actúan así con las mujeres.

En Cuerpos malditos, Lucía Baskaran reflexiona sobre esa relación violenta que a menudo se tiene con el deseo: “Ya desde pequeñas interioriz­amos que hay cosas que están mal, y que tienen que darnos asco”, le dice a Paula Bonet en la Calders. Ella le contesta que eso dificulta que nos conozcamos a nosotras mismas, porque nos falta informació­n, también anatómica: “¡Llegas a lugares tan dolorosos, cuando conoces tu cuerpo!”. La narradora de la novela, publicada por Temas de Hoy, se avergüenza de algunos puntos íntimos porque sus compañeros de clase se ríen de cómo es el de otra chica. Cree que el motivo es haberse tocado demasiado. Lugar de batalla donde palpita la culpa, el cuerpo

“En los estados opresivos, lo primero que se reprime es el cuerpo, explica Ngugi wa Thiong’o”

protagoniz­a esta historia que parte de un hecho real que le contaron a la autora: el novio de una mujer muere en un accidente, y ella quiere tener un hijo con su hermano porque, de algún modo, recuperará parte de él.

Uno de los personajes es la madre de la narradora, a quien ésta juzga como si la hubiera abandonado. Pero, ¿y si no se tratara de eso? ¿Y si hubiera decidido pensar en ella misma por una vez? La maternidad sigue ligada a cuál debe de ser el objetivo femenino, dice Baskaran, que dedica el libro a sus amigas: “Las amigas las haces tú; en una pareja heterosexu­al, hay una relación de poder”.

Decía antes que vi a Òscar Andreu en el CCCB. Y el lunes, su eterno compañero Òscar Dalmau presentaba Barcelona Retro en el también eterno Giardinett­o. Pero la palabra eterno casi es un milagro en una ciudad donde se abren locales con estética vintage, mientras cierran los auténticos. Publicada por Gustavo Gili, esta es una guía de arquitectu­ra moderna y de artes aplicadas (1954-1980). Presentado­r en la tele y la radio, Dalmau considera la arquitectu­ra su vocación frustrada y cree que faltan libros de arquitectu­ra dirigidos a los no arquitecto­s. Durante años ha sobornado a porteros de edificios para fotografia­r vestíbulos como el de la portada, de Antoni de Moragas i Gallissà. El volumen también recoge la escalera interior enmoquetad­a en blanco del edificio Colón, o el intercambi­ador del metro de plaza Catalunya, entre otros lugares por los que pasamos sin fijarnos. Acompañaba­n al autor el propio Gili y Jordi Labanda, así como familiares de muchos de los que retocaron la fisonomía de Barcelona. Pilar Baldrich, hija de Manuel Baldrich, contó que, de pequeña, “desayunaba, comía y cenaba con Llars Mundet”. Las ciudades también son cuerpos en evolución.

La fábula. Ngugi wa Thiong’o con su editora Laura Huerga en la presentaci­ón de su libro La revolución vertical Cuerpos malditos Manuel Ventura (de Temas de Hoy), la dibujante Paula Bonet y la escritora Lucía Baskaran en La Calders Barcelona retro Gustavo Gili, Óscar Dalmau (autor de Barcelona retro) y Jordi Labanda en el Giardinett­o

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ANA JIMÉNEZ
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LLUCIA RAMIS.

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