La Vanguardia

No todo son historias tristes

“Pude acabar en la cárcel, y mire”, dice Rubén Valcárcel: enseña boxeo a las clases altas

- Sergio Heredia

La Dulce Ciencia está unida al pasado como el brazo al hombro

A. J. Liebling

–Apenas conocí a mi padre. Se fue de casa cuando yo apenas era un crío. –¿Cuántos años tenía usted?

–No me acuerdo. Sólo conservo una imagen de mi padre. Le veo diciéndome: ‘Venga, recoge que nos vamos’. Decidí quedarme con mi madre, así que él se despreocup­ó de mí y de mi hermano.

–¿Y usted qué hacía?

–Como pasa con la mayoría de los boxeadores, éramos humildes. Mi madre era dependient­a de El Corte Inglés. No podía estar por mí, y yo me pasaba el tiempo de bandolero. Hasta que un día...

–¿Qué pasó?

–Esto sí lo recuerdo. Tenía doce años. Llevábamos un buen rato haciendo el gamberrill­o en la calle. Mi madre me había mandado a por unas pizzas para cenar y por el camino nos pararon dos policías y nos metieron en comisaría.

–¿Y...?

–Vino mi madre a recogerme. Yo esperaba la bronca pero ¡no me dijo nada! Lo que hizo al día siguiente fue apuntarme a un gimnasio. Fíjese, aquello cambió mi vida. Muchos de mis amigos del barrio, de aquel entonces, están en la cárcel o traficando. Y yo, en cambio...

(...)

A sus doce años, Rubén Valcárcel (35) entraba en Esport Rogent, el gimnasio de Xavi Moya, icono del boxeo en nuestro país. Dice que se sintió feliz, pleno, desde el primer instante.

Ahora estamos conversand­o en la cafetería de un gimnasio prémium de la ciudad. Valcárcel trabaja en varios de ellos. Enseña boxeo a las clases altas de la ciudad. Ha fundado una marca, Royal Boxing Club, cuya presencia va extendiénd­ose por Barcelona. Se ha ganado el corazón de muchos. Le piden consejo. Le invitan a sus casas. Confían en él.

Le saludan todos los que entran en el lugar.

Rubén Valcárcel les pregunta cómo les va en sus vidas. Se preocupa por sus hombros, su cambio de trabajo, su mudanza...

“No te veía hace días”, le comenta a uno.

–Xavi Moya sustituyó la figura paterna, aquella que yo no tenía.

Yo iba al gimnasio todos los días, desde las cinco de la tarde a las diez de la noche. Hasta que Xavi no cerraba, no me largaba.

–¿Qué hacía?

–Yo era un pesado. En las veladas le ayudaba a montar y desmontar sillas.

–¿Y no peleaba usted?

–No había combates para los críos de mi edad. Solo había exhibicion­es. Se limitaba el contacto, no se buscaba el KO.

–¿Y ahora?

–Ahora hay más protección en general. Por ejemplo, es obligatori­o el casco.

–¿Y usted qué siente en el ring? –Quien no se ha subido a uno no puede comprender­lo. En mi primer combate estaba un poco asustado. Supongo que es normal. Uno se curte a golpes. El boxeo te vuelve encajador.

–¿Y no tiene miedo?

–Desde pequeño ya sabía que quería pelear. Cuando saltas al cuadriláte­ro ya has visualizad­o lo que viene. Te preparas para encajar golpes.

Tanto le gustaba el boxeo que se ganó el respeto de su mentor, Xavi Moya. Rubén Valcárcel dice que absorbió su forma de enseñar. Tenía catorce años y ya le sustituía en algunas clases. –¿Cuántos alumnos tenía usted? –A veces más de veinte. Hice cursillos de entrenador personal, me especialic­é en técnicas de musculació­n. Y también me formé como entrenador personal.

–Y mientras tanto, boxeaba... –Cierto. Disputé 25 combates en peso medio y supermedio. Era profesiona­l del boxeo: no todo van a ser historias tristes en este deporte. Mire, pasé de ser un chaval de barrio, con todos los números para acabar siendo un mangante, a trabajar en los mejores clubs de Barcelona.

–Y boxeando, ¿nunca sufrió usted lesiones graves?

–Peleé con rusos y con georgianos. Pero los golpes más duros me los dio mi entrenador. Una vez, Xavi Moya me encajó una mano. No sentí nada, así que seguimos peleando. Pero al acabar las rutinas y volver a la taquilla, me quedé pajarito. No recordaba mi número de clave, me quedé en blanco en el vestuario. Y luego pasaron unos amigos y me dijeron: ‘¿Qué haces?’. ‘Estoy esperando a mi novia’, les respondí. Mi novia estaba en Costa Rica... El neurólogo diagnostic­ó una laguna mental. Estuve tres días ingresado. Y nada, me encuentro perfectame­nte.

–Usted entrena a médicos, ejecutivos, abogados... ¿Qué cree que encuentran ellos en el boxeo?

–De entrada, le diré que aquí no hay diferencia­s entre barrios. No hay que catalogar a un boxeador por su estatus. Hay tipos sacrificad­os en todos los bandos, igual que los hay arrogantes y desagradab­les. Lo que sí le diré es que nadie sale malparado. ¡Yo lo practicaba con mi novia!

–Y en lo físico ¿hay ganancia? –¿Me pregunta si se pierde peso? ¡Qué gracioso! ?¿Usted qué cree...? He recibido a gorditos que no podían ni atarse las zapatillas. ¡Y ahora cazan los bolígrafos al vuelo!

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ÀLEX GARCIA Rubén Valcárcel en la sala de uno de los gimnasios donde imparte clases
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