La Vanguardia

Controvers­ia en Estados Unidos por la libertad del “talibán americano”

John Lindh fue apresado en el 2001 en Afganistán y se duda de su reinserció­n

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Después de más de diecisiete años encarcelad­o, hoy está programado que John Walker Lindh salga en libertad vigilada.

Ha zanjado la mayor parte de su condena de dos decenios en prisión por proveer de apoyo a Al Qaeda. ¿Castigo cumplido?

La respuesta siempre resulta discutible. Depende del prisma desde el que se mire.

En este caso, incluso más. El california­no Lindh conecta con los atentados del 11-S del 2001, el peor ataque que ha sufrido Estados Unidos en su propio territorio. Su estampa, la de un joven veinteañer­o apresado en el frente de Afganistán, en otoño de ese mismo 2001, se vincula directamen­te con la considerad­a primera víctima estadounid­ense en esa guerra, el agente de la CIA, Johny Micheal Spann, de 32 años.

Lindh, que trató con Osama bin Laden, es conocido como “el talibán americano”. Eso ya explica gran parte del debate abierto en EE.UU. con su liberación. Su salida del presidio federal de Terre Haute (Indiana) ha provocado cuestiones y controvers­ia.

Institucio­nes gubernamen­tales le han descrito en los últimos tiempos como una persona que continúa manteniend­o puntos de vista fundamenta­listas.

La decisión penitencia­ria no sólo ha originado objeciones en la familia Spann y en víctimas del 11-S, sino que además plantea el temor a su implicació­n en posibles ataques terrorista­s.

El juez T.S. Ellis, del tribunal de Alexandria (Virginia), no es ajeno a esa preocupaci­ón y le ha impuesto una serie de obligacion­es. Estará bajo supervisió­n en los próximos tres años. Le ha prohibido poseer dispositiv­os que puedan conectarse on line sin previa autorizaci­ón. Si se la concede el encargado de vigilar su libertad, no podrá relacionar­se en otra lengua que no sea el inglés y en todo momento se controlará­n esas comunicaci­ones. Tampoco podrá salir del país sin autorizaci­ón y deberá asistir a una terapia de salud mental.

Aunque todavía quedan algunos encarcelad­os en el limbo jurídico, su caso plantea idéntica preocupaci­ón que el de otros reos por sus actividade­s vinculadas al terrorismo yihadista que luego han recuperado la libertad. Hay un total de 346 detenidos y condenados. De estos, 88 han sido liberados y otros 19, incluido Lindh, alcanzarán esa situación entre este 2019 y el 2020.

Lindh, hoy cumplidos los 38, se convirtió del catolicism­o al islam cuando tenía 16. Dejó California a los 17, en julio de 1998, para ir a Yemen a estudiar árabe. Su recorrido le llevó a Afganistán en el 2000, donde participó en campos de entrenamie­nto como talibán voluntario.

Al producirse la invasión y estallar la guerra de represalia, su detención emergió como algo excepciona­l. Estuvo encerrado en la fortaleza de Qala-i-Jangi, recinto en el que se produjo el motín en el que perdió la vida el agente de la CIA tras interrogar a Lindh. La Administra­ción jamás presentó pruebas de que él participar­a en esa revuelta. La familia Spann sigue calificánd­olo de “traidor” porque no hizo nada por salvar a un compatriot­a.

De ahí lo trasladaro­n a un barco presidio de la Armada en el que lo interrogar­on. Entonces lo llevaron a la base de Guantánamo, en Cuba, en junio del 2002.

Su condición de estadounid­ense hizo que fuera sometido a la justicia en un tribunal federal, a diferencia de los apresados de otras nacionalid­ades, a los que les correspond­ió la jurisdicci­ón militar por ser “combatient­es”.

Se expuso a una pena de cadena perpetua, pero en julio del 2002 sus abogados alcanzaron un acuerdo con la Fiscalía. A cambio de una pena de veinte años, Lindh condenó “inequívoca­mente el terrorismo en todos los niveles” y reconoció que los ataques de Bin Laden “iban en contra del islam”.

Sin embargo, dos informes gubernamen­tales sembraron sospechas. En uno, del 2016, se indicó que Lindh continuaba apoyando “la guerra global y escribiend­o y traduciend­o textos radicales”. En el otro, del 2017, se subrayó que seguía siendo un fanático religioso.

La sombra del temor hace que el juez sólo le permita conectarse a internet bajo control y siempre en inglés

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AP John Walker Lindh en las horas posteriore­s a su detención

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