Zozobra en Marklkofen
Los cambios en el sector del automóvil llevan la inquietud a este pueblo satisfecho de la Baja Baviera
Para entender por qué Michael Nussbaumer y otros muchos habitantes de Marklkofen están tan satisfechos pero ligeramente inquietos, hay que dejarse caer un día por esta población tranquila en cuya plaza mayor no faltan, por supuesto, ni la iglesia ni el típico árbol de mayo. Al cabo de un par de minutos como mucho –Marklkofen es un pueblo de dimensiones modestas– ya no se ve más que campos, bosques y unas cuantas casas de labranza bordeadas por el río Vils. Los campos de colza acaban de florecer, y el amarillo lo inunda todo. Esta parte de Baviera, a unos 100 km al nordeste de Munich, había sido siempre una zona
eminentemente agrícola. Los ingresos eran bajos, la capital de la región quedaba lejos, y en invierno el paro alcanzaba el 30% o el 40%.
Hasta que llegó el coche, el fabricante de componentes para coches Mann+Hummel, y con él la riqueza. El grupo suabo se estableció en Marklkofen a principios de los años sesenta. ¿Qué lo atrajo? Según las crónicas de la época, los lugareños eran gente laboriosa y sin grandes exigencias salariales. Hoy en día el pueblo tiene 3.600 habitantes, y Mann+Hummel ocupa a 3.000 empleados, que cobran lo que dicta el convenio. Es el caso de Michael Nussbaumer. Y de la mitad de sus amigos, su padre, su madre y su hermano. “Sí, en esta zona lo más importante es la fábrica, y todo el mundo está contento de que sea así”, reconoce este técnico en electrónica de 28 años, bombero voluntario, organizador sin ánimo de lucro de un festival de música al aire libre y secretario del comité de empresa. El alcalde, Peter Eisgruber-Rauscher (CSU), habla de “una región muy dinámica” que siente una “enorme gratitud” hacia la gran empresa. Pero, al mismo tiempo, admite que “hay cierto nerviosismo”. Y es que en Marklkofen, como en otros muchos lugares que han prosperado a la sombra del automóvil, mucha gente se hace la misma pregunta: ¿cuánto durarán los buenos tiempos? A nadie se le oculta que tanto los productos como la manera de trabajar están cambiando. “Me consta que hay preocupación”, concluye Eisgruber-Rauscher.
Es una mañana de primavera y a esta hora el parking de empleados está atestado. Camiones estruendosos entran y salen repletos de mercancías. De Marklkofen al mundo entero. “De momento, pedidos no faltan“, afirma Nussbaumer, que ha traído un café bien cargado a la sala de reuniones. “Pero se empieza a notar el cambio”. Poco a poco, pero en dos frentes: “En los productos y en la digitalización”.
Mann+Hummel fabrica filtros de aceite, combustible y aire, imprescindibles para los motores de combustión, pero mucho menos importantes para los vehículos eléctricos. Y estos son los que se están abriendo paso, impulsados por unos gobiernos preocupados por la calidad del aire. A mediados de la próxima década, uno de cada cuatro vehículos nuevos será eléctrico. “Nosotros fabricamos piezas de automóviles, así que estamos en el ojo del huracán”, continúa Nussbaumer. ¿Qué significarán los nuevos tiempos para la fábrica? “Nadie lo sabe”. La empresa apuesta por nuevos productos, como filtros de polvo para frenos o componentes para equipamiento clínico, pero no está claro si se fabricarán en Marklkofen. “Tendríamos que hablar mucho más de los cambios que se avecinan y las consecuencias que traerán”.
Hace doce años, cuando Nussbaumer empezó a trabajar en la empresa, no le preocupaba en absoluto el futuro del sector. Se dedicaba a fabricar filtros de aire en cadena junto con otros 20 compañeros. “Ahora sólo son tres o cuatro. La mayor parte del trabajo la hacen robots”. Ese día, el periódico local publica una noticia sobre los vehículos de reparto autónomos que se usan en la cercana fábrica de BMW en Dingolfing. En Mann+Hummel también tienen ya esa clase de vehículos. Los llaman con humor “coches fantasma”, pero hasta ahora no daban miedo a nadie. “Por mucho que formemos a la gente en nuevas tareas, llegará el momento en que ya no habrá trabajo para todos”. avisa. El crecimiento del sector parece haberse ralentizado a escala mundial. ¿Y ahora qué? “Sí, parece que hemos tocado techo”, reconoce el alcalde Eisgruber-Rauscher. “No sé lo que va a pasar. Espero que seamos capaces de mantener un nivel parecido al de hasta ahora”.