La Vanguardia

Una invasión no deseada

- JOSÉ MARÍA BRUNET

Si el contexto político no fuera tan endiablado como reflejó el pasado martes la sesión constituti­va de las Cortes, lo más probable es que la controvers­ia jurídica en torno a la procedenci­a o no de suspender a los presos electos hubiera alcanzado menos grados. Pero se ha complicado por esas circunstan­cias ambientale­s y porque a ninguna legislació­n procesal penal o parlamenta­ria se le puede exigir que prevea al detalle todas las situacione­s posibles.

En este caso se han puesto de manifiesto ambigüedad­es o lagunas legales que han propiciado la impresión generaliza­da de que el Supremo y el Congreso se inhibían de sus obligacion­es, intentando que fuera el otro el que lidiara con el problema. El Alto Tribunal colocó el peso de la decisión en el artículo 21.2 del reglamento de la Cámara, que prevé la suspensión cuando un parlamenta­rio ha sido procesado y enviado a prisión.

Pero también determina que previament­e los jueces habrán tenido que solicitar el suplicator­io a las Cortes, cosa que no se ha hecho en este caso, porque el Supremo estima que no procede cuando el juicio del caso 1-O está tan avanzado. Para el Congreso, en cambio, todo habría sido más sencillo si el Supremo se hubiera limitado a considerar que los presos electos nunca dejaron de estar suspendido­s para ejercer cargo público, desde que su procesamie­nto fue confirmado en julio del año pasado. De hecho, este es el final previsible del debate. Lo posibilita el artículo 384 bis de la ley de Enjuiciami­ento Criminal, que ya permitió al juez Pablo Llarena, durante la instrucció­n de la causa, la suspensión de los procesados, al ser acusados de rebelión y hallarse en prisión incondicio­nal.

Pero lo que con toda seguridad retuvo la mano del Supremo fue el deseo de que ninguna de sus decisiones se interpreta­se como un movimiento invasivo de otro poder del Estado, el legislativ­o en este caso. Hay que volver a recordar que la suspensión de los cuatro parlamenta­rios independen­tistas dejará de momento el Congreso en 346 diputados, ante un debate de investidur­a que puede arrojar votaciones muy ajustadas. De ahí que a las lagunas de las normas se haya añadido la argumentac­ión aparenteme­nte escurridiz­a del Supremo, obligando a la Fiscalía y a la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, a dirigirse al Alto Tribunal para instarle, en sustancia, a que asuma la decisión de suspender a los presos electos, sin necesidad de que unos y otros sigan dando vueltas en el tiovivo de los circunloqu­ios legales.

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