La Vanguardia

Caso Lambert

- EL RUNRÚN Imma Monsó

Si en el caso reciente de Ángel Hernández se produjo un consenso social casi unánime sobre la buena ayuda a morir que brindó a su mujer, el caso de Vincent Lambert lleva años sembrando la discordia en Francia. Mucho más complejo, este caso nos enseña hasta qué punto puede ser espinoso lograr un acuerdo entre los afectados vivos. A diferencia del caso Hernández, el de Lambert pone sobre la mesa una pregunta mucho más peliaguda: ¿quién decidirá por nosotros cuando no podamos decidir?

Desde que conozco el mundo de la alta dependenci­a, me he dado cuenta de hasta qué punto cada caso es distinto. Me he dado cuenta, también, de que hay que ser muy bestia para emitir opiniones tajantes a favor o en contra de la eutanasia. Y de que hay que respetar por encima de todo el criterio de la cercanía con el afectado. Y como no hay cercanía mayor que la que uno tiene consigo mismo, decidir anticipada­mente es la única solución a tan laberíntic­o problema. De ahí que sea fundamenta­l que se fomente el uso del documento de voluntades anticipada­s, actualment­e muy minoritari­o. Las administra­ciones deben hacer un mayor esfuerzo de divulgació­n

para que todos sepamos qué significa el documento y hasta qué punto va a ser tenido en cuenta.

Si en un testamento de bienes dejamos el collar de perlas a Pepe, podemos estar razonablem­ente seguros de que el collar será para él. ¿Por qué, en cambio, tenemos la impresión de que lo que decidimos en nuestro testamento vital puede no ser respetado? Un esfuerzo de comunicaci­ón es la única solución para vencer la pereza de los ciudadanos o las reticencia­s a llevar a cabo un trámite poco agradable.

En la discordia emerge una pregunta más peliaguda: ¿quién decidirá por nosotros cuando no podamos decidir?

El caso Lambert nos enseña que, cuando este trámite no existe, el criterio de la familia y el de los médicos no basta para evitar un circo judicial y mediático de grotescas proporcion­es. La familia (la que está al pie del cañón, no la que opina desde lejos) debería ser un criterio inapelable: en el caso Lambert, quien siempre ha estado cerca es su mujer. Enfermera como él, sabía que Vincent no habría querido permanecer en este estado. Aun así, sólo aceptó la idea de la desconexió­n que le proponían los médicos años más tarde, cuando asumió la pérdida de esperanzas. Habló con los padres de él y se mostraron de acuerdo. Pero (imbuidos por asociacion­es ultracatól­icas a las que siempre estuvieron cercanos) cambiaron de idea y emprendier­on acciones legales para revocar la desconexió­n. Esta primera decisión de los padres desencaden­ó un infierno demoledor para toda la familia y ha convertido al enfermo, varias veces conectado y desconecta­do, en un personaje mediático instrument­alizado por detractore­s y partidario­s de la eutanasia. Si algo nos enseña el caso Lambert, es que judicializ­ar la muerte asistida de un ser querido es, de todas las opciones, la que hay que evitar a toda costa.

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