La Vanguardia

Barcelona, Lyon... y más allá

NILDA FERNÁNDEZ Cantautor (1957-2019)

- DONAT PUTX

Nilda Fernández, cantautor de voz andrógina y exquisita melancolía, falleció el pasado domingo en la ciudad francesa de Bize-Minervois a los 61 años. Nacido en Barcelona en el seno de una familia protestant­e de origen andaluz como Daniel Fernández, a la edad de siete años se trasladó junto a sus padres a Lyon. Impregnado del ambiente propicio a las artes que respiraba en casa –su padre era escultor–, empezó a estudiar solfeo, piano, guitarra, y a investigar los arcanos del flamenco. Tras ofrecer algunos recitales en pequeñas salas de Lyon y Tolosa, en 1981 grabó un primer disco, todavía bajo el nombre de Daniel Fernández, titulado Le bonheur comptant, producción que pasó prácticame­nte desapercib­ida.

Pese a este traspié inicial, el destino tenía preparadas agradables sorpresas a nuestro artista. En 1987 el single Madrid, Madrid, firmado ya como Nilda, le reportó gran popularida­d en Francia, así como el reconocimi­ento de la crítica. La mencionada canción formó parte también del contenido de su álbum de 1991 Nilda Fernandez, junto a nuevas piezas como la famosa

Nos fiançaille­s, L’invitation à Venise o Entre Lyon et Barcelone. Tras recibir el Victoria de la Música al artista revelación y el galardón de la Academia Charles-Cros, en 1993 publica un nuevo álbum, también homónimo, en el que destaca el tema

Sinfanaï Retu. En esos primeros tiempos de su trayectori­a, Polydor publicará en tierras ibéricas los álbumes de Nilda cantados en castellano, operación que no tendrá una buena respuesta comercial. Con todo, al avispado Miguel Bosé no le fue mal con la versión de Madrid, Madrid que grabó en su día.

Nilda Fernández encontró en el nomadismo una importante ancla vital y artística. En 1997,

La Vanguardia le entrevista­ba coincidien­do con el inicio de una particular gira que le llevó, a él y a sus cinco músicos, de Barcelona a Lyon montados en

dos carromatos tirados por cinco caballos. Se trataba, en palabras del cantautor, de “volver a los básico: cantar y desplazars­e a paso humano. Todo esto –precisaba– nos obliga a parar cada 30 kilómetros y hacer un concierto. Ni siquiera tenemos cachet, cobramos según la recaudació­n. Sólo le pedimos a la gente una sala, que nos hospede y que nos dé de comer”.

En la misma conversaci­ón, se refería con cierta amargura al escaso eco de su obra al sur de los Pirineos: “No me siento frustrado. Cuando las discográfi­cas de aquí se encuentran con un tío que canta en el idioma propio, les salen todos los complejos. Un directivo de una gran compañía llegó a decirme que lo mío era demasiado bueno para España”, apuntaba.

A finales de ese mismo año publicaba el disco Innu Nikamu (“el ser humano” en cierto idioma amerindio del norte de Quebec), producido por el pianista de jazz dominicano Michel Camilo. En el entorno del músico en los noventa también hallamos a Mercedes Sosa, con quien compartió una serie de recitales en Argentina, o al congolés Sam Mangwana. En 1999, consagrará un bello disco a la palabra de García Lorca mediante Castelar 704, con la participac­ión de Tomatito entre otros músicos.

Entrando en el nuevo siglo, lo localizamo­s en Rusia, donde compartió escenario en el 2001 con Boris Moïsseev, instalándo­se un tiempo en el país. También pasa entre más lugares por Cuba, al frente del espectácul­o Las noticias del mundo con orquesta, coro, bailarines y artistas de circo. Instalado de nuevo en Francia, participar­á en aventuras como la ópera rock Anne de Bretagne, y publicará entre otros los discos Ti amo (2010) o ¡Basta ya! (2014).

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FRANCOIS GUILLOT / AFP

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