La Vanguardia

Colas en el Everest

- Màrius Carol DIRECTOR

EL miércoles próximo se cumplirán 66 años de la conquista del Everest por una expedición británica. El neozelandé­s Edmund Hillary y el sherpa nepalí Tenzing Norgay fueron los primeros en llegar a la cumbre, a una altitud de 8.848 metros. Curiosamen­te, la noticia se conoció durante la ceremonia de coronación de la reina Isabel II y la prensa inglesa lo consideró un regalo a la soberana. Ella lo agradeció nombrando caballeros tanto a Hillary como al coronel John Hunt, que era el jefe de la expedición. Al sherpa, como era del Nepal, no le pudo dar tan noble distinción, pero a cambio le entregó la medalla del imperio británico.

Alcanzar el techo del mundo se consideró una hazaña que difícilmen­te se volvería a conseguir, pero lo cierto es que en la actualidad suben casi un millar de personas en las dos semanas de mayo en que las condicione­s son más favorables al ascenso. El Everest ha dejado de ser un mito para convertirs­e en un nuevo destino turístico. Los aspirantes suben con botellas

de oxígeno, llevan asistencia de sherpas personales y pagan mucho dinero al turoperado­r que les prepara el ascenso por la cara sur. La fotografía de portada de la cumbre tiene poco de épica: se trata de una cola interminab­le de alpinistas esperando a poder poner el pie en lo más alto e inmortaliz­ar el momento. En cualquier caso, se siguen produciend­o bajas: este año han muerto cinco personas.

El Everest no es lo que era, al menos por la cara sur. Hoy es más un negocio que otra cosa. Y en el largo camino quedan cada año cuatro o cinco toneladas de basura: botellas de oxígeno, bombonas de gas, tiendas de campaña, piolets, cuerdas, latas... El paraíso convertido en un vertedero.

El hombre ha aprendido a domar la naturaleza, aunque a veces esta se revuelve de forma descontrol­ada. El ser humano aspira a grandes gestas, olvidando que la mayor de todas es conservar nuestro medio ambiente.

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